Escribo esto al día siguiente de la absurda decisión del otorgamiento de registro a tres partidos políticos, por la única razón de ser incondicionales al presidente López Obrador. Poco le importó al criminal Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que el propio INE —otro organismo incondicional de la 4T— los hubiese rechazado. El presidente de este país ejerce su poder totalitario y decide, al margen de la ley, quién debe tener un registro y quién no.
Hace apenas unos días, la Suprema Corte de Justicia de la Nación dobló también las manos ante los deseos del tlatoani. Su presidente Arturo Zaldívar obedeció a sus designios y movió sus hilos consiguiendo los votos necesarios para oficializar la burla a nuestra Constitución.
Ante la vergonzante realidad, está claro que, si seguimos permitiendo que el Gobierno haga lo que le venga en gana, ya no servirán de mucho las elecciones del año próximo, pues, aparte de tener cooptados al instituto y tribunal electorales y a los más de 20 millones que reciben sus dádivas, está claro que conoceremos a los ganadores sin necesidad de contar los votos. El fraude electoral —si es que hiciera falta ante la masiva compra de conciencias (y sufragios)— es un monstruo que vuelve con más fuerza que nunca a la realidad de este país.
Aparte de la odiosa Mañanera, el Gobierno se ha encargado también de mantener a un ejército de bots que apoyen las ideas del Gobierno, así como a un grupo de líderes de opinión, cuya inclinación al halago del palaciego presidente, no deja dudas de que más allá de la convicción, nos sugiere que entre ellos media un emolumento de no poco monto, al que se conoce como chayote.
Puedo entender que el chayo (o como le quieran llamar al soborno a periodistas y divulgadores) compra contratos de lealtad que obligan al comunicador en turno a defender los intereses del patrón, aun a pesar de sacrificar su inteligencia. Siendo un precio tan alto el desacreditarse abiertamente ante la opinión pública, es seguro que el presumible pago recibido a cambio les alcanzará para compensar su atribulada conciencia con bienes que podrían superar los más anhelados deseos. No me faltan ganas de mencionar nombres de editorialistas, conductores y moneros, pero con uno solo que me falle, cometería una terrible injusticia; a final de cuentas, todos sabemos quiénes son.
También reciben rebanadas del chayo la gran mayoría de asistentes a La Mañanera —lamebotas incondicionales que no temen al ridículo incomparable— quienes formulan preguntas a modo, generalmente redactadas por Jesús Ramírez Cuevas, vocero del Gobierno y responsable de indicar quién y qué se pregunta en cada conferencia. Aclaro que dije «gran mayoría», pues quedan algunos que todavía ponen en aprietos al señor de Macuspana.
Los hay otros a quienes no imagino recibiendo dinero a cambio de opiniones favorables, pero cargan con intereses creados, como el tener a sus hijos trabajando en puestos importantes de la 4T; tal es el caso de dos cultísimos y laureados mexicanos —un historiador y un novelista-periodista—, quienes en cada oportunidad buscan hasta debajo de las piedras por una línea de apoyo al presidente, buscando no perder su bien ganado prestigio, tarea harto complicada.
El asunto es que ya no podemos seguir viendo cómo el país se agota y pierde los últimos cimientos de su democracia a manos de unos populistas que siempre ponen por encima los intereses de su mesías que los de la nación, pensando en que llegará el día que se verán como en el mural de la Capilla Sixtina, siendo tocados por el sacrosanto dedo de su deidad, con el encargo de una gubernatura o una secretaría de Estado.
Ya es tiempo de que la sociedad civil haga algo por cambiar esta situación, en la que no se necesita ser sabio o experto en política y economía para entender que nos está llevando al peor México de la historia posrevolucionaria. Hasta el más fiel de los seguidores de la 4T sabe que con el camino ya recorrido, la recuperación llevará varios años, y la reconstrucción de las instituciones destruidas, algunos más.
Sin embargo, yo no creo que una asociación como FRENAA sea la solución, pues sería como cambiar a un tirano con sueños dictatoriales por un ayatolá que ya olvidó que México es un estado laico y parece desear la vuelta de Torquemada y su Santa Inquisición.
Surgen otras organizaciones más dispuestas a la búsqueda de un Estado de derecho apegado a nuestra Carta Magna como «Sí por México», dirigida, en apariencia, por Gustavo de Hoyos Walther—presidente de Coparmex— y por Claudio X. González Guajardo, quien preside a Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad. Están próximos en abrir su plataforma y ya veremos qué proponen.
Lo importante, insisto, es que dejemos de ser la sociedad más conformista del planeta, la que, con solo pan, agua y alguna moneda para diversión, se deja vejar, robar, corromper y asesinar, como lo ha hecho durante casi un siglo. Al menos, quienes trabajamos, pagamos impuestos y respetamos la ley, tenemos derecho a un mejor país.
Los medios están más al alcance que nunca y debemos aprovecharlos para crear conciencia. No es importante conseguir la renuncia del presidente en 2022 —todos sabemos que, sin importar los resultados eso no sucederá—, sino acotar al máximo su inmenso poder, quitándole el apoyo del Congreso. Tampoco sería indispensable que se lograra una asociación de partidos, pues lo que realmente requerimos es una coalición de ideas y acciones. Consolidar una mayoría opositora será la más pronta y efectiva solución a esta inmensa crisis. Acotar el poder plenipotenciario del jefe de Estado e impedir por ley que algo así vuelva a suceder en México, sería la garantía de la preservación de una democracia que hoy está en grave riesgo.