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Editorial

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Francesco Molinari.


Aprovechar la pausa

Fernando de Buen

A pesar de que la pandemia está muy lejos de controlarse, los golfistas y sus clubes comienzan a reencontrarse en un feliz retorno a una normalidad que, por más vueltas que le demos, está muy lejos de serlo. Sin importar si acostumbrábamos a jugar una, dos o más rondas semanales, la forzada ausencia de poco más de medio año nos afectará a todos pues, aunque algunas mañas podrían quedarse en el baúl de los recuerdos en beneficio de un swing más natural, otros muchos movimientos positivos que lo integran tendrán que reaprenderse mediante un entrenamiento exhaustivo y formal.

Exhaustivo porque el cuerpo no es otra cosa más que una máquina de costumbres que tiende a la repetición y se resiste al cambio. Tanto para regresar al swing que nos tenía muy contentos antes de la pandemia, como para llevar a cabo todas las correcciones para acabar con el espantoso nivel de juego que cargábamos antes del covid, la única forma de alcanzar el objetivo es con trabajo, mucho trabajo.

Ambas soluciones requieren largas jornadas en el área de práctica, tanto para el juego corto como para distancias medias y largas, ejecuciones alrededor del green y un número considerable de horas con el putter, nos permitirán enseñarles a nuestro cerebro y masa muscular, cuáles son las claves del swing que abandonamos en el mes de marzo.

Si lo que deseamos fervientemente es rescatar nuestra maravillosa técnica, lo más probable es que la práctica constante, combinada con una estrategia adecuada para revisar cada etapa del péndulo, nos permitirán revivir la sensación motriz que dejamos abandonada en el clóset de la memoria. Si al hacerlo tenemos la oportunidad de ser observados por un experto —el profesional que nos apoya o un compañero del foursome con buen nivel de juego—, las probabilidades de recuperación serán más prontas.

En cambio, si lo que queremos es dejar atrás un swing plagado de vicios implementados para compensar otros movimientos indeseables, este es el mejor momento para desarrollar un plan que nos permita recuperar no solo el amor al juego, sino revivir el disfrute de mejorar nuestro nivel.

En tal caso, la ayuda externa —otros ojos que ven lo que nosotros ya no podemos ver o sentir—, es esencial para volver a las bases de un swing bien estructurado.

Afortunadamente, en la actualidad contamos con sistemas electrónicos de rastreo de golpes que nos proporcionan una impresionante cantidad de información acerca de la trayectoria del péndulo descendente, la posición y desviación de la cabeza del palo, la velocidad al momento del impacto, la zona donde fue golpeada la bola, su velocidad y dirección iniciales, la altura alcanzada, la distancia recorrida y hasta las revoluciones por minuto tras el impacto. Quizá para nosotros —golfistas finsemanarios— esa información sea exagerada y no sabremos qué hacer con ella para mejorar nuestro juego, pero, para un experto o un instructor, es oro molido que le ayudará a encontrar las causas y efectos de nuestros problemas.

Hasta este punto, el proceso puede parecer sencillo y ameno; después de todo, lo menos que podemos asegurar es que cuando llevamos a cabo un entrenamiento en el área de práctica o en una escuela de golf, es que nos divertiremos durante cada parte del proceso, por tedioso o repetitivo que sea.

Pero hay también un par de ingredientes aparentemente subjetivos, que juegan un papel trascendental en esta etapa de regreso al juego: humildad y paciencia.

Permítanme un ejemplo: el jugador regresa a su club tras varios meses de ausencia y pretende repetir su típica rutina de práctica antes de salir al campo. Tras el calentamiento y estiramientos de rigor, toma un hierro corto —probablemente el sandwedge— y comienza a golpear bolas suavemente con media vuelta o menos y, a medida que va logrando impactos más sólidos, incrementa el backswing y la velocidad de descenso, hasta alcanzar la distancia máxima deseada. Al sentirse perfectamente cómodo con su motricidad, abandona ese palo y toma su hierro 4, convencido de que hará volar la bola más de 200 yardas con su swing a todo lo que da. El resultado inmediato o, en el mejor de los casos tras uno o dos golpes, será un sapo, un shank o una bola topeada, de esas que dejan los dedos adoloridos durante los siguientes diez minutos.

Humildad y paciencia.

Humildad para entender que el hecho de dominar temporalmente un hierro corto no significa que el espíritu de Tiger Woods se ha congraciado con el nuestro, y paciencia para tratar de comprender las razones por las que una sesión de movimientos progresivos con el swing nos permite golpear bien una bola temporalmente. Si en lugar de saltar del sandwedge al hierro 4 hubiéramos elegido el hierro 9, al tratarse de un palo más parecido al anterior, habría sido más probable continuar golpeándolo en forma adecuada.

Contra lo que muchos hemos llegado a pensar, la memoria mecánica nos permite recordar en términos generales cómo lograr una postura adecuada o coger el palo en forma correcta, pero, a menos que llevemos a cabo sesiones diarias de varias horas como lo hace un profesional, las probabilidades de alcanzar la exactitud son prácticamente nulas. Con el fin de reducir al mínimo el número de variables para ejecutar un golpe, jugadores como Bryson DeChambeau han decidido alterar su equipo para procurar que la sensación del swing y del impacto a la bola, sean idénticos con cualquiera de los hierros en la bolsa de golf (si no lo han hecho, los invito humildemente a que lean mi editorial de la semana pasada, haciendo clic en esta dirección). Puedo asegurarles que, tarde o temprano, otros profesionales copiarán su metodología.

Aprovechemos esta interminable pausa para regresar al golf más motivados y con ánimos de mejorar.

fdebuen@par7.mx

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