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Editorial

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Bryson DeChambeau .


La ciencia de Bryson en una cáscara de nuez

Fernando de Buen

«Siento que he sido capaz de llevar una idea
al escenario mundial y de encender una luz sobre
una forma diferente de jugar, una forma más fácil.»

Bryson DeChambeau

Un amigo de los viejos años del Club de Golf Vallescondido, Roberto Sánchez-Iriarte, tuvo la amabilidad de enviarme un correo para ofrecerme su valioso punto de vista acerca de la preparación de Bryson DeChambeau hacia el U.S. Open, torneo que ganó en forma brillante hace unas semanas. En mi respuesta, le comenté que estaba considerando la posibilidad de escribir un artículo sobre aquellas cosas que han diferenciado a este golfista del resto, y de su visión de cómo los cambios que sugiere en la ciencia y tecnología alrededor de este deporte podrían mejorar el desempeño de muchos golfistas, tanto profesionales como amateurs. Aprovechando que esta papa caliente aún no se enfría, intentaré hacerlo en esta ocasión. ¡Gracias, estimado Roberto, por tomarte la molestia en escribirme!

Cuando niño, Bryson James Aldrich DeChambeau, nacido el Día de la Independencia de México de 1993, hace 27 años, una de sus principales pasiones era construir casas con piezas de Lego, de las que mencionó: «Esos juguetes, podría decir, me los pusieron enfrente a una temprana edad y me intrigaron». Me parece que esta última palabra es la que finalmente definió su futuro. Si hubiera dicho «me encantaron», quizá su futuro habría sido el de un arquitecto y no el de un graduado en física de la Universidad Metodista del Sur. ¿Por qué afirmo esto? Porque cuando alguien se fascina por algo, simplemente lo disfruta; cuando en cambio, se intriga por algo, le inspira curiosidad y busca entender su funcionamiento.

Mientras más se aficionaba por el golf, más se interesó por la mecánica del juego. Cuando tenía 16 años llegó a sus manos el libro The Golfing Machine, escrito por Homer Kelly en 1969, donde el autor desglosa el swing en 24 componentes precisos, en medio de una verborrea sobre ángulos, fulcros (puntos de apoyo), bisagras, parábolas, acumuladores de energía y cambios de plano. Mientras para muchos este fue el análisis de un genio, otros simplemente lo descartaron por ser prácticamente indescifrable. Bryson lo absorbió en su totalidad y prácticamente se lo aprendió de memoria. Un año después, junto con su coach de muchos años, Mike Schy, diseñó su primer set de hierros.

Por una parte, inspirado en el libro, comenzó a probar un plano del swing, en el cual toda la parte superior de su cuerpo —manos, muñecas, codos, hombros y espalda— trazaran la misma trayectoria para cada palo de golf. No obstante, si quería lograrlo, necesitaba que todos los palos fueran del mismo peso y medidas.

Su hierro favorito era el 7, por lo que adaptó todas las varillas del set a la medida de dicha herramienta, es decir, 35½ pulgadas. Si bien, con esto había mejorado en la búsqueda de una trayectoria única, le hacía falta compensar el cambio en longitud. «Estaba tomando clases de física en high-school y ello ayudó —mencionó Bryson—. Entender la relación entre la masa y la velocidad fue la clave. Se trató de algo parecido a un intercambio lineal». Basándose en el radio que calculó, le añadió peso mediante adhesivos de plomo a algunas cabezas, y le hizo perforaciones con taladro a otras, para lograr un peso semejante en todas. En un proceso que le tomó dos semanas, el resultado era el esperado y ciertamente alentador.

En la actualidad, sus hierros miden 37½ pulgadas —la longitud media de un hierro 6— y todos tienen una inclinación con respecto a la varilla de 72°, 10° más verticales que la medida estándar. Cada una de las cabezas pesa 278 g. Dicha configuración está a la venta bajo el nombre de Cobra King One-Lenght Irons, diseñados con la asesoría de Bryson.

Con toda su ciencia a cuestas, inició en 2012 sus estudios universitarios en Dallas. Tres años después, en junio, se convertiría en el primer Mustang (así llamados los deportistas de SMU) en ganar el campeonato individual de la NCAA, y dos meses después lograría el título del U.S. Amateur, torneos que solo ganaron antes que él en un mismo año Jack Nicklaus (1961), Phil Mickelson (1990), Tiger Woods (1996) y Ryan Moore (2004).

La aplicación de la ciencia en el juego no quedó allí. Mientras otros decidían si elegir dejar la bandera adentro o quitarla para el putt, DeChambeau estudió el coeficiente de restitución del astabandera, para decidir si dejarla en el hoyo o retirarla, según el caso. «En el U.S. Open, la saco, y en cualquier otro evento del Tour, cuando es de fibra de vidrio, la dejo dentro y reboto la pelota contra ella si lo necesito», recalcó El Científico.

Su físico también se integró a la ecuación. Buscando lograr una mayor distancia con sus golpes de salida, Bryson incrementó su peso en 50 libras para aumentar su musculatura sin perder su flexibilidad. El cambio le redituó un promedio de 20 yardas adicionales, en relación con la temporada anterior.

Al respecto de su inteligencia, DeChambeau declaró: «No soy realmente inteligente, pero soy muy trabajador. Puedo ser bueno en cualquier cosa si me gusta y me dedico a ella. Amo la historia, amo la ciencia, amo la música, amo el golf, amo aprender y amo la vida. Me encanta tratar de ser el mejor en cualquier cosa y en todo».

Cuando ingresó al profesionalismo, tras el Masters de 2016, mucha gente pensó que no tendría demasiado futuro, al menos con esas singulares ideas acerca de la técnica golfística. En la actualidad, tras siete triunfos en el PGA Tour y dos en el Tour Europeo, entre ellos el U.S. Open 2020, ya nadie podrá poner en duda que la técnica de Bryson DeChambeau es digna de un profundo estudio.

fdebuen@par7.mx

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