Se le podría haber calificado como un alucinado con grandes cualidades que, tarde o temprano, adaptaría su juego al de las grandes estrellas del golf mundial. Pero lejos de hacerlo, Bryson DeChambeau continuó con su misma forma de jugar y acaba de ganar el que suele ser el torneo más difícil del calendario mundial, el U.S. Open, edición 120, en una de sus sedes más exigentes, Winged Foot, en Mamaroneck, NY.
Aparte de su set de palos de golf, donde todas las varillas son de la misma longitud, contraviniendo a prácticamente todos los diseños existentes, DeChambeau jugó el torneo en una forma muy diferente a la que se propusieron seguir todos los pasados campeones: buscar fairways, encontrar greens y, si surge la oportunidad, anotar algún birdie. No fue así para el estadunidense de 27 años; él aprovechó su enorme fortaleza física —añadió 40 libras de masa muscular a su cuerpo durante la pausa a finales del año pasado y, con esa ventaja, desarrolló una velocidad superlativa con el driver, con lo que se ha vuelto uno de los pegadores más largos de la gira. Su estrategia no fue encontrar fairways —solo lo logró en 23 ocasiones (41%) durante todo el torneo— sino quedar lo más cerca posible del green y llegar a él y alcanzarlo aprovechando sus aptitudes. ¡Le funcionó! Con un rough donde solían ocultarse las bolas al caer y que visitó muy a menudo, pues solo encontró seis fairways en la ronda de ayer, se las arregló para tirar un sorprendente 67 (-3), acumular 6 bajo par en el torneo y superar por seis golpes al joven de 21 años, Matthew Wolff, quien buscaba convertirse en el primer jugador desde el legendario Francis Ouimet, en 1913, en ganar este torneo en su debut. Wolff, líder tras 54 hoyos, entregó tarjeta de 75 impactos (+5) y concluyó en par de campo.
El sudafricano Louis Oosthuizen (73) fue tercero, con 2 sobre par.
El momento clave de su triunfo fue, sin duda, el hoyo 9. Tras sendos bombazos desde la mesa de salida del par 5, Bryson encontró el green en su segundo golpe y quedó a 40 pies del hoyo, desde donde ejecutó un perfecto putt descendente que terminó en el fondo de la copa. No sobra decirlo, Wolff —también un largo pegador— encontró igualmente el green en dos (usando el pitching wedge) y quedó a 10 pies, pero también consiguió el águila.
Un bogey de Matthew en el 10, combinado con birdie de Bryson en el 11, aumentó la diferencia a tres golpes, que se volvieron seis con el bogey del eventual subcampeón en el 14 y el doble-bogey del 16. Para Bryson —cuyo único bogey fue en el hoyo 8, justo antes del águila—, fue más que suficiente ligar pares en el resto de la ronda para obtener el tan anhelado trofeo que data de 1985.
Seis bajo par se dice fácil para un campo que tiene la no muy afortunada marca de solo haber registrado dos scores finales bajo par en 72 hoyos, sumando las cinco ocasiones en las que ha sido sede de este torneo; esto significa un total de 750 competidores, donde solo Fuzzy Zoeller y Greg Norman —ambos en la edición de 1984 que ganó Zoeller en playoff a 18 hoyos— concluyeron con 4 bajo par. Con Bryson, ahora son tres que han concluido bajo par entre 811 que lo han intentado.
«No sé realmente qué decir porque eso es justo lo contrario de lo que crees que hace un campeón del Abierto de Estados Unidos —dijo Rory McIlroy—. Mira, ha encontrado una manera de hacerlo. Si eso es bueno o malo para el juego, no lo sé, pero no es la forma en la que vi cómo se jugaba este campo de golf o este torneo», concluyó.
Al igual que Rory, sus compañeros, los más experimentados comentaristas y los aficionados, en general, nos seguimos preguntando como un jugador le pudo restar importancia a los profundos pastos del rough del Abierto de los Estados Unidos, en una jornada donde las banderas estuvieron pegadas a las orillas de los durísimos y veloces greens y, en muchos casos cerca de búnkeres.
El otro protagonista, Winged Foot, fue implacable con el resto del field. Jugándose como par 70, promedió en el torneo 74.018 golpes por ronda, correspondiendo 36.623 en los primeros nueve hoyos (+1.623) y 37.395 (+2.395) en los nueve de regreso. El hoyo más difícil fue el 2, par 3 de entre 214 y 247 yardas, que reportó un promedio de 3.411 golpes por turno. El 18, par 4 de entre 465 y 474 yardas, promedió 4.402 impactos. El más fácil fue el 9, par 5 (556-572), con media de 4.593.
Abraham, durísima prueba
Para Abraham Ancer, al igual que para todos los jugadores que sucumbieron ante la preparación del campo sede, el torneo fue un auténtico martillazo de humildad, pues nunca pudo alcanzar el par de campo, con rondas de 71, 75, 79 y 76, un acumulado de 21 sobre par, concluyendo en la posición 56.
Solo encontró el 21% de fairways (lugar 52), 44% de greens en regulación (29º), en golpes ganados desde la mesa de salida concluyó con un factor de -2.31 (61º) y en golpes ganados en el approach, su resultado fue de +.42 (27º).
Lo importante es que superó el corte (+6), algo que grandes estrellas como Tiger Woods (+10), Collin Morikawa (+7), Gary Woodland (+8) —campeón defensor—, Justin Rose (+10), Phil Mickelson (+13), Jordan Spieth (+14) y Sergio García (+15), entre otros muy famosos, no consiguieron.
Conclusión
Imposible no sentir extraño a un torneo que suele atraer decenas de miles de espectadores cada año, luciendo vacío y en silencio los cuatro días de juego. Extraño fue también ver al campeón acercándose al green sin recibir la ovación de todos alrededor del hoyo 18, una de las experiencias que todos los grandes campeones consideran como incomparable; no fue ameno ver al propio campeón colgándose la medalla de oro y levantando un trofeo que nadie le entregó, pero, sin duda, lo más triste de todo, fue recordar las causas de los cambios a estos grandes torneos, donde cada uno de nosotros extrañamos irremediablemente a algunos de los 960 mil muertos por el insoportable covid-19.