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Editorial

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La bolsa o la inmortalidad

Fernando de Buen

Cito un texto que me reenvió vía Facebook, mi amigo y experto en reglas de golf de Par 7, Fernando Martínez Uribe. Lo escribió alguien bajo el nombre de Flanigan Bilt Putters el pasado 30 de marzo, y dice así (texto traducido):

«¡El MÁS GRANDE juego que se ha jugado, ya no es tan grande! ¿Es que acaso los patrocinios han herido tanto al juego, que los jugadores solo se mantienen poco tiempo en la parte alta y no volveremos a ver a héroes del juego? Debemos notar que la industria ya no puede forjar con el nombre de un jugador estrella a sus palos de golf como ayer, debido a que los jugadores que ganan hoy el Masters estarán diseñando campos de golf o aplastando uvas para (poner) su nombre en una botella de vino el día de mañana. ¿Es que tanto dinero ha hecho al golf aburrido y vuelto a los jugadores tan comodinos, que se conforman con quedar en el top-20 y han perdido su enfoque en el más grande juego que se ha jugado?»

Desde luego, es un tema que amerita una buena reflexión, y si bien creo que en parte tiene razón el autor de la nota, tampoco me atrevería a generalizar y, mucho menos, afirmar que la razón por la cual los jugadores no duran mucho tiempo en la parte alta de la clasificación mundial es por la comodidad derivada de su situación económica.

Habría que empezar por el origen de los fondos que se reparten los miembros del PGA Tour, un perfecto ejemplo para analizar este asunto.

En el año de 1968, la Tournaments Players Division, que formaba parte de la PGA (Professional Golfers of America) se separó de esta y, al año siguiente, contrató a Joe Dey como su primer comisionado, dando origen a lo que hoy se conoce como el PGA Tour. En marzo de 1974, Dey fue sustituido por Deane R. Beman, quien habría de resultar responsable del exponencial crecimiento económico de la organización y sus integrantes.
 
Durante la administración de Beman, las bolsas crecieron de US$730,000 en 1974 a más de 200 millones en 1993, mientras que los ingresos del Tour, en el mismo lapso, se incrementaron de 3.9 a 229 millones. Desde entonces, las ganancias en la institución no han hecho sino crecer permanentemente.

Antes y durante los tiempos de Dey, un puñado de jugadores entre los que se encontraban Jack Nicklaus (73), Arnold Palmer (62), Billy Casper (51), Tom Watson (39), Lee Treviño (29) y Gary Player (24), se repartían decenas de torneos cada temporada (entre paréntesis, el número de triunfos de cada uno de ellos). Es por su gran longevidad que algunos de esos nombres aparecieron forjados en hierros y maderas y pasaron de ser simples campeones a héroes del golf.

Sin embargo, las bolsas no eran tan jugosas y las oportunidades para quienes no pertenecían a esta elite eran bastante escasas. Un triunfo o incluso una buena temporada no eran suficientes para asegurar el futuro económico del jugador, pues se requería mucho más para ello.

Hoy en día, la competencia es mucho más reñida y difícil. Mientras que, en sus mejores años Tiger Woods —el último héroe del golf— ganó 27 torneos entre 1999 y 2002 y 25 más entre 2006 y 2008, en la temporada 2018 —donde un total de 114 jugadores superaron el millón de dólares de ingresos— ninguno consiguió más de tres victorias. En el Ranking Mundial, desde que Tiger Woods inició la primera de sus 683 semanas en el número 1 de esa lista, solo Luke Donald (56 semanas), Rory McIlroy (95) y Dustin Johnson (78 a la fecha) han sido líderes de la misma durante más de un año.

En conclusión, salvo los casos excepcionales de Dustin y Rory —por méritos deportivos— o Jordan Spieth, Justin Thomas o Rickie Fowler —por su popularidad—, muy pocos tendrían la oportunidad de darle su nombre a un nuevo modelo de palos de golf, como fue común hacerlo en los tiempos de Ben Hogan, Tommy Armour, Jack Nicklaus y algunos otros.

Conscientes de la limitada temporalidad de sus embajadores, los patrocinadores fabricantes de equipos o accesorios de golf, ya no los utilizan para darle su nombre a cierta línea de productos, sino que los aprovechan como garantes de la efectividad de los mismos. Aun en sus mejores años, Tiger Woods aparecía como consultor en la fabricación de los palos que utilizaba, pero nunca se grabó su nombre en alguno de ellos. Así de celosa es la industria actual del golf.

Dicho lo anterior, es muy difícil que un jugador que no pertenece a la elite mundial arriesgue una buena parte de sus ingresos por convertir un top-10 en un top-5 y, mucho menos factible que sea capaz de sacrificar su seguridad económica por ponerle su nombre a un trofeo. Valga un ejemplo: ¿creen ustedes que un jugador que está dentro de los 125 mejores al final de la temporada (asegurando jugar la próxima), arriesgaría un golpe por ganar algunos lugares en el torneo, poniendo en riesgo quedarse fuera del siguiente calendario? Exacto. Suena imposible.

Nos guste o no, el deporte profesional en todas sus formas está totalmente monetizado. Bajo las actuales circunstancias, el correr riesgos es privilegio casi exclusivo de quien no perdería gran cosa al correrlos. Los demás, solo buscan permanecer en esa fábrica de millonarios y asegurar su futuro antes de que una lesión o la disminución de sus facultades les impidan continuar en ella.

Es la diferencia entre ver al golf como deporte o como profesión.

fdebuen@par7.mx