Primera parte. (Segunda parte aquí)
Queridos lectores: con la primera parte de la entrevista a Rodrigo Lebois Mateos, fundador y presidente de Unifin, daremos comienzo esta semana a Diálogolf con Par 7, una nueva sección de conversaciones, donde conoceremos a importantes líderes —empresariales, deportivos, políticos, intelectuales, etc.— que no solo mueven a México, sino también al golf de nuestro país, a través de una labor altruista o de un patrocinio personal o empresarial.
Con Rodrigo, no solo estamos hablando del extraordinario golfista cuyo hándicap es de 1.2, sino también de quien fue presidente del Consejo de administración del Club de Golf Chapultepec por dos años, hasta abril pasado, y quien, a través de UNIFIN, ha decidido apoyar a profesionales de golf, como lo son Gaby López, Carlos Ortiz, Abraham Ancer, Roberto Díaz y Esteban Toledo, por mencionar algunos.
Con estricta puntualidad me recibió en su oficina y, tras los saludos de rigor, decidimos llevar a cabo la entrevista en su escritorio. Aplicando la máxima de «El tiempo es oro», me apure a colocar cámara y grabadora para dar inicio a la que sería una muy agradable charla.
—Rodrigo Lebois, muchas gracias por aceptar esta entrevista con Par 7 online; es un orgullo para nuestra publicación que seas el padrino de esta nueva sección, pues has sido un auténtico mecenas del golf mexicano, y el apoyo económico a los jugadores empieza a dar frutos en su desempeño. Entrando en tema, platícame un poco de tu vida y cómo fue tu encuentro con el golf.
—Bueno —me responde llevando la vista hacia los rincones de memorias tempranas—, yo comencé a jugar golf muy chico, a los seis años, viviendo en Argentina. Aprendí con Osvaldo de Vicenzo, hermano de Roberto, quien después estuvo en Vallescondido, aquí en México. Yo iba al club a practicar y allí estaban Osvaldo y su hermano Roberto también. Regresé a México los nueve años y mi primera incursión oficial fue a los 10 para calificar al Norte, Centro, Sur, entonces existían solo tres regiones. Después de ello, jugué muchos torneos bajo la guía de Rafael Vélez y Gonzalo Elvira, pilares importantísimos en nuestro desarrollo, pues eran ellos quienes nos llevaban a Monterrey, a Guadalajara. Era una época padrísima. Creo que mi último buen torneo, fue cuando gané el Campeón de Campeones de El Heraldo de México, en 1986. Me llevé la categoría Campeonato, saliendo a jugar con Fernando Asbún y Pablito del Olmo, el último día. El cariño por el golf siempre ha estado allí, actualmente, mis cuatro hijos y mi esposa juegan golf. Entonces, hay un cariño muy especial del golf.
—¿Naciste en México? —Le pregunté—.
— Aquí, en la capital.
—Sin duda —continué con mi interrogatorio—, Unifin es una historia de un éxito arrollador, pero, en este cuarto de siglo ha pasado por duras pruebas, como lo fue el error de diciembre en 1994, que la hizo pasar por siete años de duras renegociaciones de una deuda inesperada…
—¡Terrible! —me responde sin darme la oportunidad de terminar las obviedades de mi pregunta—. En esa época, llevábamos año y medio en la empresa y habíamos crecido en una forma muy importante; pero, en esos momentos, no existían las posibilidades de fijar las tasas, pues todo era a tasa variable y no había manera de cubrir pesos con dólares. Imagínate entonces, en 1995, donde la economía decrece 7% y las tasas de interés se van del 7% al 130%; ¿Cómo le haces con un cuate que en la noche se queda sin trabajo y su pago mensual se le sube tres o cuatro veces? Es un Scrooge total, ¿no? La verdad, fueron épocas difíciles.
—En una ocasión —continuó Lebois—, me invitaron a dar una plática en Babson (College), un colegio de empresarios allá en Boston y un muchacho me preguntó: «¿Qué me recomiendas hacer para que me vaya bien en la vida empresarial?». Creo que mi respuesta los sorprendió: «Ojalá quiebres muy rápido».
No pude evitar reír ante la pragmática respuesta en aquella conferencia, pero Rodrigo extendió su respuesta.
—La única manera de aprender en la vida es quebrando. No hay un mejor aprendizaje ni en maestría ni en doctorado, que el que te da vivir en carne propia un fracaso. Entender por qué y volver a arrancar.
—Como escuché en alguna ocasión: «Yo aprendo de las derrotas, que las victorias nada enseñan», —espeté.
—Claro —Me respondió—. La verdad, es que luego uno se vanagloria de las cosas y empieza, sobre todo, a aprender disciplina; cuando pierdes disciplina en tu negocio porque te va muy bien, si llegan tiempos difíciles, es muy complicado controlar esa caída.
—Cuéntanos un poco del proceso de recuperación, a partir de aquel 2001, año en el que volvió a despegar la empresa, hasta este 2018, llevándola hasta las 250 empresas más importantes del país.
Con la convicción de quien no necesita meditar la respuesta en turno, mi interlocutor me responde, sin dejar pasar un solo segundo entre mi última palabra y la primera suya. —Te puedo compartir que, lo que he aprendido a través de estas crisis y tantos años de reestructuras y de arreglar las cuestiones financieras de Unifin, es que lo más valioso las empresas son los recursos humanos.
Continúa su respuesta con un ejemplo del que muchos no podemos dejar de sentirnos aludidos. —Si tú no aprendes a delegar en forma seria, pagarle bien a tu gente, exigirle, desde luego, y comprometer a toda la organización, difícilmente puedes salir adelante. Y desgraciadamente en México, con nuestra herencia española y europea, con esa desconfianza que tenemos, normalmente ves a las pequeñas y medianas empresas todavía muy centralizadas en el control, muy centralizadas en la toma de decisiones, muy centralizadas en los pagos, y todo al nivel del propietario; eso impide que se aproveche el talento de los demás y se entienda que 1 más 1 no es 2, sino 4. A través del tiempo, nos hemos rodeado de gente terriblemente talentosa que ha puesto su esfuerzo, su profesionalismo y su entrega para que esta empresa mantenga su crecimiento. Algo que hemos tratado de hacer, no es solo involucrar a los ejecutivos en cuanto al plan de acciones de la empresa, sino a todos los empleados. Todos los que tienen más de cinco años trabajando en Unifin son socios de Unifin; tienen acciones sin importar su nivel. Ello hace que haya una misma entrega y un mismo objetivo: que a la empresa le vaya bien. Existe también un plan que se llama Vida y Carrera en Unifin, que le permite saber a nuestra gente a dónde puede llegar y lograr lo que yo llamo un Mexican dream a nuestra manera; que puedan hacerse de un patrimonio, que sean exitosos, que puedan ser felices y un ejemplo para sus comunidades. Ello, aunado al trabajo de la Fundación Unifin, que apoya a la educación y al desarrollo de niños, entre otras cosas, para ayudar. No tiene sentido una empresa tan exitosa, sin regresarle a la sociedad algo de lo que ha conseguido.
—Platícame un poco más de la Fundación —Le pregunté, aprovechando la mención de esta.
—Creamos a la Fundación hace ocho años, y cuenta con dos programas: uno de ellos se alimenta en su totalidad de ingresos provenientes de las empresas de Unifin y, como es de segundo piso, todos los años decidimos a qué fundaciones les asignamos recursos; por el otro lado, tenemos un programa que se llama Unifin por una sonrisa, mediante el cual nuestros empleados se involucran con recursos propios y, por cada peso que aportan, Unifin aporta la misma cantidad. De esta forma, todos los trabajadores se involucran en los programas sociales, y no solo a través de sus donativos, sino con acciones, como lo son llevar regalos en el Día del niño a los niños enfermos con cáncer, por mencionar solo un ejemplo. Como consecuencia, la parte social de Unifin resulta ser una gran integradora.
Fin de la primera parte.