Con una inmensa multitud que lo acompañó en cada uno de los 71 golpes que efectuó en la ronda final del Tour Championship, haciéndolo prácticamente levitar envuelto en miles de corazones, con la energía de todas las voces que escuchó a su paso, con el redoble de los aplausos y la emoción de ser testigos de su regreso el triunfo, Tiger Woods llegó al hoyo 18 de East Lake, en Atlanta, con dos golpes de ventaja y la seguridad de que unos minutos después alcanzaría su 80º triunfo, aquel por el que debió esperar cinco años un mes y 19 días.
Junto con él, desfilaron 29 extraordinarios golfistas —algunos entre los mejores del mundo—, pero todos entendieron que tanto dentro del campo sede como en el resto del planeta, la mirada estaba en el veterano de 42 años, dejando a los demás jugar con cierta tranquilidad.
Las tomas aéreas de la transmisión televisiva fueron una prueba indiscutible de que poco importa si hace varios años no es el número 1 del mundo y que en diciembre de 2017 ocupaba la no muy honrosa posición 1199 de la famosa lista; Tiger siempre ha atraído a las multitudes, pero estas se tornan apoteósicas cuando saben que va a ganar un torneo.
Quien llegara a ocupar más portadas de revista que ningún otro deportista durante más de una década, y que hoy suma 6.35 millones de seguidores en Twitter, poco más de 3 millones en Facebook y 1.3 millones en Instagram, se mantuvo en los cielos durante más de década y media, llegando a reinar en el ranking mundial durante 683 semanas acumuladas, número que hoy se antoja imposible de igualar, a menos que nazca un nuevo superdotado como él, quien a menos de un año de haberse convertido al profesionalismo, ya había ganado el primero de sus 14 torneos de grand slam y alcanzado la primera posición en el orbe. Sin embargo, la física es implacable y siempre nos han enseñado que todo lo que sube, irremediablemente tiene que bajar. Tiger no fue la excepción.
Primero fueron sus problemas maritales a finales de 2009 —que le costaron separarse de sus hijos durante una buena época y una considerable merma en su cuenta bancaria como consecuencia del divorcio con Elin—, pero superó ese primer bache, rompiendo una racha de 107 semanas sin triunfos con el Chevron World Challenge —su torneo no-oficial—, y siguió creciendo hasta ganar en tres ocasiones en 2012 y cinco más al año siguiente, regresando al número 1 en marzo de 2013. Desde entonces y hasta ahora, no volvió a ganar.
Después llegaron los problemas de salud, con una columna vertebral que debió ser intervenida quirúrgicamente en varias ocasiones, y que lo tuvo al borde de dejar de caminar durante una larga temporada. El uso excesivo de medicamentos para mitigar el dolor —en probable combinación con el uso de alcohol y drogas— terminó con un arresto cerca de su casa en 2017, lo que prácticamente representó tocar fondo e iniciar un largo, tedioso y difícil, pero promisorio regreso.
Hoy, él celebra, sus compañeros de profesión ya confirmaron que hay un nuevo rival implacable en el vecindario y nosotros, los aficionados, estamos disfrutando como hace mucho tiempo no lo hacíamos, viendo a nuestro ídolo de antaño poniendo en su lugar a las nuevas grandes estrellas del golf internacional.
El regreso de Tiger es una buena noticia para todos; los ratings televisivos alcanzarán nuevamente alturas insospechadas, los medios impresos y digitales se darán vuelo poniéndolo de nuevo en sus portadas y las redes sociales —como ya está sucediendo— se están llenando de Tiger por todos lados. Por si ello fuera poco, el efecto de su inercia generará inmensos negocios para el PGA Tour y sus asociados.
Hubo que esperar cinco años para un momento tan emocionante como el que vivimos ayer en la ronda final del Tour Championship; ahora puedo afirmar sin exagerar, que cada minuto de todo ese lapso valió la pena por su triunfo en el último torneo de la temporada 2017-2018 del PGA Tour.
Por cierto, y como colofón del presente artículo, quiero agradecerles a los escépticos que me leyeron y criticaron cuando dije en varias ocasiones que Tiger Woods volvería a ganar. Me hicieron su victoria mucho más emocionante.
El absurdo de la Fedex Cup
Afortunadamente, el emotivo birdie final de Justin Rose le permitió asegurar la Copa Fedex, de otro modo, por la forma en la que se acomodaron los cinco primeros lugares de la lista antes de la ronda final, habría sido el propio Tiger quien la ganara. Más allá de los válidos deseos de todos los aficionados, habría sido una increíble injusticia que un jugador que solo participó en 18 torneos en la temporada, logrando una sola victoria, dos subcampeonatos y siete top-10, apareciera durante toda la próxima temporada como el jugador con más méritos del PGA Tour. Es vergonzosa la forma en la que esta Gira desprecia los logros de sus estrellas a través del año. Mientras sigan con la absurda política de otorgar cuádruples puntos a los eventos de los Playoffs —equivalente a cuatro victorias que, por cierto, nadie logró en la temporada, pues los máximos ganadores, Bryson DeChambeau, Dustin Johnson, Justin Thomas y Bubba Watson consiguieron solo tres—, las posibilidades de que alguien sin méritos gane la Copa, seguirán latentes por siempre.
Buen ejemplo de ello y más absurdo que el caso de Tiger habría sido el de Tony Finau, quien de haber quedado en segundo lugar detrás del eventual ganador, se habría llevado la Copa Fedex sin un solo triunfo en la temporada. ¿A eso quiere llegar el PGA Tour?
Eso hoy poco importa. Ganó Tiger y los golfistas todos estamos felices.