Esperaba escribir un artículo sobre la victoria, pero las cosas no salieron bien. Abraham Ancer acaba de terminar la ronda final del Dell Technologies Championship, recorrido que inició ocupando un sorprendente primer lugar, tras haber jugado 18 hoyos excepcionales el sábado, con tarjeta de 65 golpes, 6 bajo par.
Al paso de los hoyos, el Abraham de ayer se esfumó progresivamente, ante la enorme presión a la que lo sometió Bryson DeChambeau —su compañero en el grupo de honor— quien terminó ganando el torneo con ronda de 67 y acumulado de 16 bajo par. El hoyo final fue un fiel reflejo del desánimo del de Reynosa quien, en su segundo tiro, evidentemente aflojó las manos por la presión de estar en la dupla final, mandando su bola al hazard. Finalizó con bogey, score de 73 (+2) y acumulado de -11, resultado que, al menos, le permitió terminar en séptimo lugar y mantenerse dentro de la Fedex Cup.
¿Por qué, el mismo jugador que 24 horas antes tiró siete birdies y un bogey, ejecuta en la final tres birdies y cinco bogeys? Es un tema sumamente complicado, pero su respuesta a esos ocho golpes extras está escondida en algún sitio del cerebro humano.
Confieso que no es la primera vez que escribo sobre este tema, pues lo hago como una forma de catarsis cuando veo los desplomes de deportistas mexicanos en los momentos que definen el resultado de una competencia.
No se trata únicamente de golf, sino de cualquier competencia deportiva. Baste recordar la debacle en nuestra selección de fútbol contra Suecia en el pasado Mundial y la puntilla que nos dio el equipo brasileño para impedirnos llegar al soñado quinto partido. De poco sirvió la histórica y meritoria victoria contra una Alemania extrañamente disminuida, pues pareció que el equipo verde agotó su voluntad, su capacidad y hasta su amor propio. Los mismos jugadores que fueron valientes y decididos contra los teutones, parecían marionetas con hilos rotos contra nórdicos y cariocas. Como decía el gran periodista fallecido Manuel Seyde: «Fueron ratones».
En el golf, solo tres mexicanos han llegado a levantar trofeos en las principales giras del mundo; el primero de ellos fue Víctor Regalado, quien logró dos victorias en el PGA Tour —1974 y 1978—, más cinco segundos lugares; entre las damas, la máxima ganadora profesional es, por supuesto, Lorena Ochoa, quien tuvo 27 triunfos en el LPGA Tour, y se conservó durante tres años como la máxima golfista del planeta.
No he mencionado los triunfos de Esteban Toledo, quien no consiguió victorias en el PGA Tour, pero ha ganado en cuatro ocasiones en el PGA Tour Champions, más el Abierto Mexicano de 2000; los de Carlos Ortiz, José de Jesús Rodríguez y el propio Toledo en el Web.com Tour, o los de nuestras jugadoras en el Symetra Tour pues, como escribí líneas arriba, solo me referí a las principales giras del orbe: PGA Tour, LPGA Tour o Tour Europeo.
¿Por qué Lorena ganó 27 torneos, mientras que muchos de sus paisanos y compañeros de profesión, con comprobadas facultades para ganar un campeonato, no pueden con el paquete?
La respuesta es muy simple. A través de un profundo reacondicionamiento de su mente, mediante la aplicación de la programación neurolingüística o PNL, Lorena consiguió borrar de su diccionario cualquier palabra o concepto negativo. En los muchos años que fue la mejor deportista del país y aún tras su prematuro retiro, he tenido la grata oportunidad de entrevistarla en varias ocasiones. Ni antes ni después de su carrera, aún con preguntas dirigidas a un aspecto negativo de su desempeño —que los hubo, aunque fueron pocos—, pude obtener una respuesta en la que admitiera que algo había salido mal. En su lugar, solía responder citando los buenos momentos de aquella ronda o torneo.
Otro personaje histórico que olvidaba los malos golpes o las malas decisiones tomadas durante un torneo era Jack Nicklaus. Ni siquiera con la evidencia televisiva de un error cometido, admitía el gran Oso que ello había sucedido. Ello también aportó un costal de arena a su increíblemente exitosa carrera.
En cambio, la inmensa mayoría del resto de los mortales, solemos ser víctimas de la propia incredulidad de que somos capaces de ganar un torneo, cuando hay demasiadas cosas en juego y el resultado parece una balanza entre el éxito y el fracaso que no admite puntos medios.
En más de cuatro décadas que llevo jugando golf, puedo contar con los dedos de las manos —y me sobran algunos— a los jugadores amateurs y profesionales que han perfeccionado su acondicionamiento mental para enfrentar una competencia con un sentido estrictamente ganador, aunque no siempre lo logran por cuestiones técnicas o de administración en el campo de golf. Son personas que, como dice la frase «se crecen al castigo» y que usan la presión como combustible para dar sus mejores golpes. Son poquísimos.
En resumen, una adecuada preparación mental debe funcionar paralelamente con el entrenamiento arduo y el aprender todo lo relacionado con la administración del juego. Aunque no recuerdo al autor de una magnífica frase, esta decía algo parecido a lo siguiente: «Yo aprendo de las derrotas, porque las victorias nada enseñan».
Si nuestros jugadores llegasen a encontrar la programación adecuada, y con ello creer sinceramente que son capaces de ser campeones, las giras internacionales en las que participan lucirían con muchas banderas mexicanas junto al nombre del ganador.
Si ello no sucede, podremos seguir por siglos y siglos recordando que fuimos conquistados, que obtenemos lo que nos merecemos y que no existe en nuestro universo capacidad para crecer y ubicarnos al mismo nivel de las grandes naciones, de los grandes campeones.