La tarde anterior, asistí con Laura al rompehielos (nombre que se le da al coctel-cena el día anterior de un torneo para fomentar la convivencia) en la casa club del campo, con espectaculares viandas y una interesante variedad de efluvios de Baco.
En la mañana siguiente, decidí llegar con algo más de una hora de anticipación, para asistir al área de práctica e intentar adaptarme al juego de palos de golf que me prestaron, pues no llevé los míos. Fui trasladado para allá desde la casa club en una van del resort, pues se encuentra bastante alejada.
En mi grupo, aparte de la gratísima compañía de Wendy y Nicole, ejecutivas del resort, estuvo Jason Rourke, profesional asistente del club de golf y un gran golfista, aunque no tuvo esa jornada su mejor desempeño.
Fiel a la tradición de un buen diseño, el campo inicia con un par 5 que obliga al jugador a decidir si sacrifica distancia para no llegar al arroyo que cruza el fairway en forma diagonal, o arriesgarse a sobrepasar el obstáculo con la finalidad de encontrar y en dos golpes. A partir de allí, cada uno de los 18 hoyos ofrece un reto singular donde la propia naturaleza establece los mecanismos de defensa, que resultan igualmente efectivos para golfistas de todos los niveles de juego. Cada árbol, cada roca, cada arroyo y cada obstáculo juegan un papel protagónico en sus respectivas zonas de influencia.