Más allá de que no queda ninguna duda de que la evaluación del golf mexicano en el ámbito internacional es felizmente positiva, esperando que nuestros protagonistas se consoliden en 2018, el país está inmerso en un ámbito político que ensombrece su prestigio en el concierto internacional, por las serias afectaciones que estamos sufriendo los ciudadanos de manos de la clase política.
¡Pobre México!
Baste ver el escenario de las candidaturas presidenciales ya oficializadas, y las leyes recientemente aprobadas, para darnos cuenta de que en los próximos seis años el país continuará con su empobrecimiento económico, social y cultural.
Por su experiencia, José Antonio Meade podría calificarse como el político mejor preparado para asumir la presidencia, pero su partido —el PRI— representa a lo peor que ha dado México en su historia. Por muy bueno que sea el candidato, jamás podrá sobreponerse al perfil de la agrupación que lo lanzó, teniendo a la corrupción como cimiento de su ideario político, al robo como objetivo y al encubrimiento como juramento de sangre. Desafortunadamente, con el simple hecho de haber formado parte del gabinete del actual sexenio, resulta imposible que cualquier secretario de estado conserve las manos limpias.
«México le debe mucho al PRI…» dijo Meade recientemente en Sinaloa. ¿En serio? ¿Deberle el PRI? ¿Estará sugiriendo que el país debe agradecerle a la institución la existencia de todos los presidentes y gobernadores corruptos, líderes sindicales multimillonarios, secretarios de Estado, contratistas, o sempiternos diputados y senadores, que siempre han favorecido a sus intereses personales o a los del partido sobre los nacionales o de la población en general? ¿Cuánto estimará Meade que México le debe al PRI y cómo pensará cubrirle ese adeudo si llega a ser presidente?
Para lograr su candidatura, Ricardo Anaya acabó con el ideario político del PAN, convirtiéndolo en un mercado de negociaciones de su propiedad, que le permitió autodestaparse como candidato, tras quitarse de encima a sus contendientes políticos, especialmente a Margarita Zavala. Veamos lo que dice de él el panista Ernesto Cordero: «Yo tengo dudas de votar por ese frente (la coalición Por México al Frente, con el PRD y Movimiento Ciudadano). Primero, porque ese frente no representa al PAN, no representa los principios, la estrategia, las líneas ideológicas en las que yo creo —, mencionó el exsecretario de Hacienda—. Yo no me siento identificado ideológicamente, ni en términos de política pública con ese frente. Ese frente no es el PAN, no representa los principios y valores del PAN, entonces yo sí me siento liberado de recapacitar mi voto si ese es el frente… Eso es lo que está haciendo Anaya, está quitando al PAN la posibilidad de regresar a Los Pinos en el 2018».
Hace unos días Anaya anunció que Diego Fernández de Cevallos será su representante ante el frente. El Jefe Diego, el gran negociador en el sexenio de Salinas de Gortari; el que aprobó la quema de paquetes de aquella polémica elección y que poco después apareció como propietario de más de cinco hectáreas en Punta Diamante, como obsequio del gobernador Ruiz Massieu, cuñado de Salinas; el más efectivo traficante de influencias y terror del SAT, tras negociar la devolución de $1800 millones a Jugos del Valle de IVA y IEPS, entre otras jugosas negociaciones para su despacho.
¿Es que acaso ese mismo Diego aportará sus caudales de prestigio a la honestidad de Anaya, quien ya posee una amplia lista de presunciones de corrupción?
El aún líder de las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, es el gran misterio de esta campaña electoral. Mientras que el PRI debió nombrar a un externo —ante la carencia de cuadros que despertaran confianza ante el electorado—, el PAN fue virtualmente usurpado por el eventual candidato y su camarilla, y el PRD da sus últimas patadas como partido político para convertirse en una simple rémora del mejor postor, y los demás partidos simplemente no funcionan como tales, sino como auténticas sanguijuelas del sistema, Morena es un partido fundado por su dueño e inevitable candidato, con el único fin de llegar a la presidencia sin rendirle cuentas a nadie, decidiendo él solo quién podría formar parte de su gabinete, determinando el destino de cada peso que le otorgamos los ciudadanos y dándole manga ancha a una prolífica imaginación donde dice lo que dice, pero nunca dice cómo hará lo que dice; donde se niega rotundamente a expresar su opinión personal sobre los principios morales que lo rigen, y donde lanza al aire una serie increíble de ideas —la mayoría imposibles de llevar a cabo— manejando billones de pesos que extraerá de quién sabe dónde, pero ciertamente no de donde dice que los conseguirá. El mismo que acabará con la corrupción, pero asegura que habrá amnistía para políticos sucios y narcotraficantes. De un plumazo, este personaje digno del surrealismo mexicano que habría fascinado a André Breton, decide que perdonaría a quienes se roban cada año el 9% del PIB y a los culpables de casi 200 mil asesinatos en el país durante los últimos 11 años. ¡Cuánta bonhomía!
Ese político de raigambre priísta, cuyo plan de gobierno consiste en regresarnos al México de hace cinco décadas y que utiliza el populismo con más efectividad que ningún otro político en la actualidad, encabeza las preferencias electorales, lo que nos indica cuán pobre es el nivel educativo promedio de nuestro país.
Así las cosas, mientras no suceda un milagro con las candidaturas individuales —y no incluyo al Bronco, porque no se distancia mucho de los ya mencionados—, México se verá forzado a elegir a un presidente que manejará sus riendas del 2018 al 2024, ahondando más el precipicio en el que ya estamos inmersos.
Del honorable Congreso de la Unión
La recientemente aprobada Ley de Seguridad Interior es, en algo más que simple apariencia, un pase sin limitaciones para que las fuerzas militares hagan lo que les plazca con la población civil, sin la necesidad de rendirle cuentas a nadie. De todo lo que se ha dicho al respecto, me limito a citar a la periodista Denise Dresser, quien cuestiona, entre muchas otras cosas: «¿Sabía usted que la Ley confiere facultades extraordinarias al Ejército y a la Marina, incluyendo la posibilidad de llevar a cabo tareas de investigación sustituyendo al Ministerio Público, intervenir comunicaciones privadas sin una orden judicial, y utilizar la fuerza letal para contener protestas pacíficas?» Ustedes interprétenlo como quieran, pero yo ya leí el texto de la mencionada Ley y estoy aterrorizado con la posibilidad de que un grupo de soldados —que probablemente no hayan terminado la secundaria— me detengan en una carretera, decidan que soy un ciudadano peligroso y actúen en consecuencia.
¿A qué me suena dicha Ley? Primero que nada, a la manifiesta debilidad del actual presidente de la República, cuyo índice de aprobación —de acuerdo con Consulta Mitofski— estuvo en agosto en el 22%, con una desaprobación del 73%. Ante tales números, enemistarse con las Fuerzas Armadas es un riesgo que Peña Nieto no está dispuesto a correr y les consigue carta blanca para llevar a cabo las tareas de la policía sin callos que les pisen.
A casi 50 años de la matanza de Tlatelolco, ¿podría convertirse esto en una viva remembranza de aquello? Quienes tomaron la decisión de actuar en 1968, pertenecían al mismo partido que hoy gobierna, y ni siquiera tenían las atribuciones que esta Ley les otorga.
La cereza del pastel es la reciente aprobación a la modificación a la fracción I del artículo 1916 del Código Civil Federal, para que «…en la reparación del daño moral se considere el hecho ilícito de quien comunique, a través de cualquier medio tradicional o electrónico, un hecho cierto o falso, determinado o indeterminado, que pueda causar deshonra, descrédito, perjuicio o exponer al desprecio de alguien».
«…cierto o falso…». Me pregunto cómo algo cierto podría desprestigiar a alguien. Siguiendo la lógica del texto aprobado, valga este ejemplo: si cometo un crimen y, antes de la resolución de mi juicio, un periodista lo hace público, es seguro que me desprestigiará. Probablemente terminaré en la cárcel, pero el citado reportero me tendrá que pagar una cuantiosa suma por daño moral. ¿No les encanta esta reforma?
Además, esta nueva redacción no parece ser más que el intento de que los propios legisladores eviten ser criticados por periodistas necios como nosotros.
Pero entonces, surge una nueva pregunta: ¿cómo podría yo desacreditar, perjudicar o exponer al desprecio a alguien (casi cualquier legislador) que ya carece de crédito, prestigio o aprecio? ¿Se puede disminuir lo inexistente? Toda una paradoja política con visos metafísicos.
Cambio de ambiente
Con esta edición concluyen las labores de Par 7 online por 2017. Es un buen momento para agradecerles su atención, su cariño y su apoyo, especialmente durante la reciente campaña de suscripciones que, gracias a ustedes, hizo crecer nuestra base de datos en forma muy importante.
Solo me queda desearles lo mejor para el año próximo, incluyendo la más feliz de las Navidades, un perfecto Año Nuevo, una salud incomparable y el mejor golf de su vida. Todo en el inminente 2018.
¡Mil gracias!
fdebuen@par7.mx
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