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El PGA Tour y sus injusticias

Fernando de Buen

Tras el triunfo de Kevin Sutherland en el Campeonato Copa Charles Schwab el día de ayer, arrebatándole al alemán Bernhard Langer la Copa del mismo nombre, por culpa de un sistema absurdo de organización de los Playoffs del PGA Tour Champions, quedó demostrado una vez más que al PGA Tour le importa mucho el espectáculo y muy poco quienes lo provocan.

Con el fin de permitir que cualquiera de los jugadores que participan en el evento final de sus giras puedan resultar ganadores de la Copa Fedex —el PGA Tour— y de la Copa Charles Schwab —PGA Tour Champions—, la organización hace una restructuración de los puntos ganados durante la temporada, evitando que alguno de los competidores acceda a la victoria en forma automática, como justa consecuencia de un desempeño excepcional durante el calendario.

Tras el borrón y cuenta nueva, cualquiera de los cinco mejor ubicados al comienzo del último torneo, gana la máxima presea en forma automática, con solo ganar el campeonato respectivo. Si el eventual campeón está ubicado entre el sexto y 10º lugares al iniciar la justa, es muy probable que se lleve también el premio mayor —10 millones de dólares con la Fedex y un millón con la Charles Schwab—, aunque necesitaría de algunas combinaciones adicionales para obtenerlo. El resto pueden ganar, pero dependen en mayor medida de lo que suceda con los jugadores que están arriba en la jerarquía.

Esta decisión —resultado de un berrinche del Tour— fue tomada tras la conclusión de la temporada 2008, donde Vijay Singh tenía tal ventaja al comienzo del Tour Championship, que solo requería jugar las cuatro rondas y no ser descalificado, para asegurar la Copa Fedex. A la Asociación le pareció inaceptable que un jugador dominara de esa forma al circuito y decidió llevar a cabo los cambios mencionados, reduciendo prácticamente el éxito de toda una temporada a los 72 hoyos finales de la misma.

Esta necedad del Tour —no hay otra forma de calificarla— busca darle espectáculo a la serie de torneos que cierran las temporadas, sacrificando el desempeño de quienes han sido excepcionales en los torneos regulares, a la vez que favorece a quienes apenas hicieron lo suficiente para llegar a los playoffs, se mantuvieron en muy buen nivel durante los mismos y, circunstancialmente, lleguen a ganar el último evento, robándose prácticamente los honores de quienes sí tenían los merecimientos.

El ejemplo reciente del párrafo inicial es insuperable. El alemán Bernhard Langer, con 60 años cumplidos, tuvo año increíble que le redituó siete triunfos, cinco de ellos en temporada regular y dos más en los playoffs. Sutherland, por su parte, logró 15 top-10, tres segundos y tres terceros en 2017, pero no había ganado un solo torneo en su carrera de tres años en el circuito. Jugando buen golf, llegó al último encuentro en quinto lugar y logró la victoria, asegurando con ello el máximo título de la organización. Poco importa si Langer terminó en 12º, pues como ya mencioné, si cualquiera de los cinco mejor ubicados ganaba el torneo, en automático se llevaba también la Copa. Aunque el teutón hubiese quedado en segundo tras muerte súbita, de cualquier manera, habría perdido un título que debería pertenecerle, aunque solo se hubiese presentado a jugar.

A partir de esta semana y durante toda la próxima temporada, la figura de Kevin Sutherland —quien solo ha ganado un torneo en su carrera— quedará como la imagen del PGA Tour Champions, al lado de Justin Thomas quien sí tuvo los méritos de sobra para ganar la Fedex Cup. La inmensa temporada de Bernhard Langer pasará a segundo término en los anales de la organización.

De nueva cuenta, el PGA Tour nos demuestra que lo suyo es el negocio, despreciando los méritos deportivos de sus miembros y faltándonos el respeto a quienes amamos al deporte por sus protagonistas y no por el rating televisivo.

Urgen cambios radicales que le devuelvan su lugar a los grandes exponentes del golf, aunque no ganen el último torneo del año.

fdebuen@par7.mx


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