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Campos de 12 hoyos: ¿son una solución?

Fernando de Buen



Los números son alarmantes. Hace apenas unos años, nos congratulamos del crecimiento del golf en todos sus aspectos. Desde la popularidad que generó Tiger Woods a finales del siglo pasado y principios de éste, hasta el crecimiento exponencial de campos de golf alrededor del mundo. En la actualidad, las cosas ya no se ven de la misma forma y las estadísticas que surgen alrededor del tema, están encendiendo focos rojos, como pidiendo a gritos una solución.

Si recurrimos un poco la historia, el hecho de que un campo de golf tenga 18 hoyos, no es otra cosa que la consecuencia de una sucesión de hechos circunstanciales y no de una solución preconcebida. El Old Course de Saint Andrews nació con 12 hoyos, que al cabo del tiempo se convirtieron en 22 ya que los 10 centrales se jugaban de ida y vuelta, mientras que los de los extremos solo una vez. Tras una remodelación posterior desaparecieron cuatro hoyos y quedaron los 18 que generaron el estándar del deporte. Tampoco olvidemos que en 1860 se jugó el primer Open Championship en el campo de Prestwick, bajo un recorrido de 12 hoyos.

Con la llegada del siglo xx, el golf se extendió a casi todo el territorio que hoy conforma la Gran Bretaña y saltó a los Estados Unidos, donde la construcción de campos se volvió una constante sin freno. Hasta muy avanzado el siglo pasado, el uso de recursos naturales para el mantenimiento de estos terrenos no representaba un problema ni logístico y económico. Fue una centuria pródiga y amable con el deporte y quienes lo practicamos.

La era digital, en cambio, ha traído a una generación que yo calificaría como desesperada. El hecho de que prácticamente toda actividad humana depende del uso de computadoras, de alguna forma ha provocado que las personas actuemos como si tuviésemos la capacidad de solucionar operaciones y problemas a la misma velocidad que estos increíbles aparatos. Cada vez son menos las largas reuniones laborales para desayunar, comer o compartir una copa, pues las miradas al reloj ya superan en cantidad a las que se dedican a observar la belleza del entorno. Paradójicamente, en lugar de que estos aditamentos nos ayuden a trabajar menos y disfrutar más, nos hemos vuelto sus esclavos y vivimos para tratar de imitar sus funciones.

De esta forma, el tiempo de juego para una ronda de 18 hoyos con grupos de cuatro o cinco jugadores llega a superar las cinco horas, que sumadas a los tiempos adicionales que son comunes en clubes privados, da como resultado una carga difícil de justificar, tanto en lo laboral como lo familiar.

Una estadística que Jack Nicklaus calificó como «horrible», fue el hecho de que, en 2006, en Estados Unidos dejaron de jugar el 20% de sus jugadoras y un porcentaje igual de sus niños golfistas. «¿Por qué? —Se preguntó el propio Jack—. Porque no tienen tiempo para dedicarle cuatro o cinco horas a un deporte».

En la parte económica, los gastos que exige el mantenimiento de un campo de golf son cada vez mayores y más difíciles de solventar. Los incrementos permanentes agua para riego, equipos de corte, combustibles, fertilizantes y salarios del personal de mantenimiento, entre muchas otras erogaciones, provocan aumentos sensibles en las cuotas para los socios de los clubes y, consecuentemente, el abandono de muchos de ellos.

Como un ejemplo, un artículo de USA Today —citado por el autor Jay Stuller— menciona que la famosa región de Myrtle Beach en las Carolinas —probablemente la de mayor densidad de campos de golf en el mundo—, desde 2006 ha perdido 25 de sus 125 campos, mientras que al menos ocho campos cercanos a Phoenix —una ciudad de alto nivel socioeconómico— están a punto de cerrar o se han declarado en bancarrota.

De los 16 mil campos de golf en los Estados Unidos, el año pasado cerraron cerca de 140. Muchos clubes privados en dicho país han perdido cerca del 15% su membresía y, con el fin de recuperar la merma económica, empiezan a abrirse al público.
Tiempo y dinero. En términos de la cruda economía actual, ¿hay algo más?

Para resolver ambas cosas simultáneamente, algunos líderes de opinión en el mundo del golf, como el propio Nicklaus, han sugerido soluciones alternativas que, por un lado, disminuirían el costo de mantenimiento de los campos de golf y, por el otro, el tiempo de juego. Por supuesto, me refiero al tema que titula este artículo, la construcción de campos de golf de 12 hoyos o bien, la transformación de las dos vueltas de nueve hoyos en tres vueltas de seis. De esta forma, las rondas podrían ser de seis, 12 o 18 hoyos, dependiendo del gusto del propio jugador y no de las exigencias de la tradición.

Si bien la transformación de dos vueltas de nueve hoyos en tres de seis no representa un ahorro en cuanto al mantenimiento, sí ayudaría a adaptar al juego a las condiciones que impone la actualidad.

Cada vez son más los campos de 12 hoyos que se están abriendo en el mundo y no debe faltar mucho tiempo para que las propias Reglas de Golf se adapten a esta nueva posibilidad. Tanto la USGA como la R&A están conscientes de esta situación y, sin duda, estudian las probables soluciones. Por lo pronto, la USGA ya ha lanzado una campaña promoviendo las rondas de nueve hoyos, lo que no afecta en ninguna medida al funcionamiento actual de los campos de golf ni al sistema de hándicaps. Es un principio de aceptación del problema que nos ocupa.

Campos de 12 hoyos. Cada vez los veremos más y no falta mucho para que las giras profesionales empiecen a organizar torneos sobre recorridos de este tipo. La generación desesperada lo exige con el fin de seguir gozando del inmenso placer de vivir con prisa.

fdebuen@par7.mx


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