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Erin Hills, la bomba que nunca explotó

Fernando de Buen


Mike Davis, director ejecutivo de la USGA.

El U.S. Open ha sido, tradicionalmente, el torneo más difícil del calendario anual. Cada uno de sus campos sede recibe a los jugadores con una sorpresa, ya sea un hoyo increíblemente largo, un rough increíblemente alto o greens increíblemente difíciles. Sin embargo, en muchos años no se habían registrado tantas protestas por parte de los jugadores, como las que se generaron alrededor de la sede de 2017, el campo de Erin Hills, en Wisconsin.

Las mayores quejas giraron alrededor del ahora famoso fescue (en español festuca), la altísima hierba que rodea a prácticamente todo el campo, de la que jugadores como Kevin Na o Lee Westwood mencionaron que sería prácticamente imposible jugar. Sin embargo, cuando fue cuestionado al respecto, Rory Mcilroy mencionó que con fairways de 50 yardas o más de ancho, más un rough jugable que añade otras 10, resultaba absurdo quejarse de la altura de la hierba aledaña. «Tenemos 60 yardas desde la línea izquierda a la línea derecha, tienes a 156 de los mejores jugadores del mundo aquí —mencionó el norirlandés—. Si no puedes golpear la bola en esa avenida, mejor deberías empacar tus cosas y regresar a casa.»

] A pesar de la defensa del número 3 del mundo, la USGA pareció doblar las manos y, un par de días antes del inicio del torneo, mandaron cortar algunas yardas adicionales de festuca en cuatro hoyos del campo.
En el pecado, la USGA y su director ejecutivo Mike Davis —el principal responsable de la preparación de los campos sede de este torneo—, llevaron la penitencia. El joven trazo de 11 años de antigüedad resultó ser un campo relativamente fácil, en comparación con los datos históricos de este torneo.

Desde la primera ronda, los números parecieron no encajar con el supuestamente ominoso campo; Rickie Fowler se puso a la cabeza con un extraordinario 65, pero hubo dos tarjetas de 66 y tres de 67; un total de 17 jugadores bajaron los 70 golpes y 44 tiraron por debajo del par, superando al máximo registrado en Medinah, Ill., en 1990, de 39.
El viernes no empeoraron las cosas para los jugadores, pero sí para el equipo de Davis, y hubo 46 rondas por debajo del par, apenas una menos que el máximo registrado también en Medinah, en 1990. Otros dos 65 fueron registrados, uno por el japonés Hideki Matsuyama y el otro por Chez Ravie.

El sábado se impuso otro récord de campo barco: 32 rondas bajo par, dejando muy atrás a la edición de 2011 en Congressional, Md, que registró 26. Estas fueron encabezadas por un increíble 63 de Justin Thomas, empatando el récord impuesto por Johnny Miller en 1973. Al respecto, y en defensa del polémico comentarista rubio, debo decir que, en la ronda del 63 de Justin, un total de 18 jugadores —incluido él— tiraron por debajo de 70. En el año de Miller en Oakmont, aparte de haberse tratado de la ronda final, solo tres más lograron tarjetas de menos de 70 golpes: un 65 y dos 68.

Finalmente, apareció un poco de viento el domingo y le aumentó el grado de dificultad al campo, donde solo se registraron 18 tarjetas por debajo del par, empatando la tercera marca más alta para una ronda final. Solo la superan Congressional 2011 con 32 y Chambers Bay 2015, con 22.

Tras los 72 hoyos reglamentarios, los 28 resultados totales bajo par registrados en Medinah (1990) quedaron destrozados por los 31 de esta edición.

El corte se estableció en 1 sobre par, superando el +3 registrado en Olympia Fields, Ill., en 2003.

Si esto no explica el 63 de Thomas y el 16 bajo par con el que ganó Brooks Koepka, empatando la marca bajo par de Rory McIlroy, nada podría hacerlo. Por cierto, aquel 2011 del increíble triunfo de Rory, con ocho de ventaja sobre el segundo lugar, solo registró 20 acumulados bajo par, menos del 50% que los de este año.

En una añeja entrevista (2004), que le hice durante un descanso de un curso de Reglas de Golf impartido por la USGA y la PGA of America en Houston, el instructor Tom Meeks —quien fue el mandamás de Reglas en la USGA por muchos años y encargado de la preparación de los campos de esta organización para sus torneos nacionales, incluido, por supuesto, el U.S. Open— me comentó: «Porque estamos tratando de encontrar al mejor jugador y la manera de hacerlo es imponiendo las condiciones más complicadas, sin dejar de ser justas y equitativas. Eso significa un campo firme y rápido. Si golpeas la bola desde el rough, esta no se detendrá porque el terreno esté suave. Los greens serán firmes —Tom golpea la mesa tres veces—, muy firmes, con lecturas del stimpmeter (método de medición para determinar la velocidad de los greens) que van desde 12 a 14 pies y banderas que suelen esconderse detrás de los búnkeres.

»Tú sabes, cuando probamos las cualidades de un jugador, estamos probando su paciencia. Para ganar el U.S. Open tienes que ser paciente. No vas a lograr par o birdie en cada hoyo, harás bogeys y doble–bogeys; el rough es denso y con 5 pulgadas de altura, de forma que, si tu golpe de salida termina en el rough, tus posibilidades de lograr par se reducirán mucho.»
¿Buscó la USGA la excelencia, dándole a los jugadores la oportunidad de pegar golpes de salida a fairways de 50 o más yardas? ¿La buscó reduciendo las zonas peligrosas antes del inicio del torneo? Definitivamente no y, si quiere conservar a su máximo torneo nacional como la prueba más exigente de golf en el mundo, no debe tentarse el corazón y desestimar las críticas de los jugadores.
En pocas palabras: «Mucho ruido y pocas nueces». Erin Hills, sin viento y con esos amplísimos fairways, fue para muchos un grato paseo por los valles de Wisconsin.

 

fdebuen@par7.mx


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