La imagen me encanta. Es la de Sergio García enfundado en el tradicional saco verde; en su mano derecha el trofeo del campeón —una réplica de la casa club de Augusta National—, y la izquierda apuntando al cielo con el dedo índice, mientras dibuja una sonrisa perfectamente feliz. En esta fotografía se esconde un mensaje de agradecimiento al inolvidable Severiano Ballesteros, quien el día de la final del Masters habría cumplido 60 años de edad.
Tuve que recurrir a fuentes que por acuerdo no puedo nombrar, para averiguar el mensaje detrás de ese mágico momento. No sin un enorme esfuerzo de negociación, conseguí la detallada narración de los hechos que antecedieron al primer triunfo del ibérico en un major.
Aquí la historia.
¿Habrá llegado Sergio al área de práctica el domingo pensando en todas las oportunidades que tuvo en sus pasados 73 torneos de grand slam, al grado de haber declarado hace cinco años que nunca ganaría un major?
Tras haber liderado durante los primeros hoyos, Sergio es alcanzado por el inglés Justin Rose e inician igualados los nueve de regreso. El español le hace bogey al 10 y bogey al 11; el británico lo supera por dos golpes con solo siete por jugar. Sergio sale de green contrariado y se encamina a la salida del 12. A los pocos pasos siente un pequeño escalofrío en espalda y la sensación le recorre rápidamente el resto del cuerpo. A pesar de los miles de personas que rodean al famoso par 3 de vientos indescifrables, deja de escuchar la algarabía que aplaude a los jugadores en su camino, mientras lo invade una sensación de soledad. Sigue pensando en los dos errores consecutivos, mismos que podrían representar un nuevo fracaso en su intento por ganar un grande. De pronto, todo se detiene. Alrededor del golfista, solo hay una inmensa y silente fotografía tridimensional. Voltea y todo está estático: Justin, los caddies, los oficiales, el público en general. De pronto, percibe un movimiento cercano que lo hace voltear y, para su increíble sorpresa, observa aquel rostro querido, admirado y conocido que, con voz familiar le dice con un tono nada amistoso:
«¿Por qué estás cargando esa inmensa losa de pesimismo? ¿Es que acaso quieres pasar a la historia como el mejor golfista que nunca pudo superar a sus demonios? ¿Crees que, en éste como en cualquier otro deporte, bastan para ganar una depurada técnica y una incomparable habilidad? Si así lo piensas, estás profundamente equivocado. Tú me viste ejecutar golpes de los llamados imposibles, para salir de situaciones muy complicadas, ¿y sabes qué? No resolví los muchos problemas por los que pasé, nada más por la técnica de mis ejecuciones; logré esos tiros porque siempre creí en mi capacidad y mi imaginación. Cuando confías plenamente que puedes hacer algo, la mecánica del cuerpo es más fluida y se conecta con una mente que, en pleno ejercicio de la libertad ordena una ejecución libre de miedos y preocupaciones. Así logré tantas veces que la bola obedeciera a mis deseos.»
Aquella figura de pie junto a Sergio, era la del inolvidable Seve, a quien el golfista casi pasmado, veía como la imagen algo traslúcida de una proyección holográfica. Con un rostro invadido por la incredulidad, el Niño veía a Ballesteros y a través de él. Fue entonces cuando el nativo de Pedreña extendió la palma de su mano derecha y la posó sobre el cuello de su enmudecido interlocutor, quien sintió de inmediato una hondonada de energía que llenó su cuerpo de un electrizante, pero agradable calor.
Aún no salía de su confusión cuando su ídolo etéreo comenzó a desvanecerse, pero, justo en los últimos segundos antes de desaparecer, le dijo —ahora sí— en tono de cariño: «Si quieres ganar como yo, debes creer como yo. Anda, muchacho, dame un gran regalo de cumpleaños».
Justo al momento de que desapareció aquella entrañable figura, el movimiento en Augusta National se reinició y todo volvió a la normalidad.
Tras salir con par de los dos siguientes hoyos vino la prueba de fuego. El hoyo 13, par 5, es uno al que cualquier aspirante a campeón debe hacerle birdie. Lejos de ello, Sergio tuvo una mala salida, debió servirse de un golpe de castigo, solo para encontrar el fairway en su tercero; el golpe a green fue excepcional y concretó el hoyo con un perfecto putt para par. Tras la celebración, García, todavía con dos golpes de desventaja, buscó en las cercanías a su consejero inesperado, pero no lo encontró. Sin embargo, la energía que éste le había traspasado fluía en su cuerpo con fuerza.
Ahora sabía que podía ganar.
El resto de la ronda y su consecuente triunfo, fueron prueba de que solo se puede conseguir el máximo desempeño, cuando la confianza fluye de la mano de la capacidad.
Sergio García tuvo en Severiano Ballesteros al mejor consejero, en Justin Rose a un rival extraordinario como jugador y como persona, y a los dioses del golf en Augusta National como testigos de la transformación de una crisálida en mariposa… de un extraordinario golfista en un meritorio campeón.
Enhorabuena por Sergio García, enhorabuena por el golf, ¡felices 60, entrañable Seve!
fdebuen@par7.mx
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