No esperábamos que el 2017 iniciara con bombo y platillo, pero está claro que sus primeros días fueron mucho peores de lo que cualquiera hubiera esperado, con excepción, por supuesto, de un señor que vacacionó en Mazatlán jugando golf, y su flamante Secretario de Hacienda, quien hacía toda clase de malabares y quemaba su prestigio de antaño para justificar un aumento sin precedentes en las gasolinas.
El incremento en los precios de los combustibles parece un mal necesario, pues el costo del petróleo ha aumentado considerablemente en los últimos meses. Sin embargo, entre junio de 2014 y febrero de 2016, el crudo sufrió una caída de cerca del 70% de su valor y en ningún momento bajó el costo para los consumidores de gasolinas en México, pues mantuvieron un constante aumento mensual. En pocas palabras, la razón del gasolinazo, aunque válida, fue presentada en forma burda y su defensa no ha sido mejor.
El presidente Peña mencionó que, para conseguir los casi 300 mil millones de pesos que se requieren para sanear las finanzas de este país manejado con las pezuñas (patas sería alabanza), tendría que recortar por años programas de apoyo a las clases más necesitadas y, con el fin de evitar estas medidas, decidió trasladar el método de captación a las clases más pudientes —afirman que el 10% de mayores ingresos consume el 40% del combustible—, sin soslayar —espero— que el 90% restante sufrirá mucho más las consecuencias de estos aumentos, precisamente, por su precaria situación económica.
Nuestro gobierno parece estar seguro de que los mexicanos —quienes solemos tener muy corta memoria política— olvidaremos este duro golpe. Sin embargo, algunos recordamos todavía que en 2012, año que inició la actual administración, nuestro petróleo llegó a rebasar los US$100 por barril, dejándole al país ingresos petroleros por poco más de 923 mil millones de dólares. De haber aprovechado dicho superávit en la inversión de infraestructura para la refinación, como lo prometieron, no estaríamos ni lejanamente importando la cantidad de gasolina que hoy adquirimos en el extranjero.
El problema con el discurso oficial es el uso de mentiras, verdades a medias o falsas promesas, de las que el gobierno se ha venido valiendo, para paliar el efecto de sus medidas. Esto ha venido provocando una justificada animadversión contra la clase política.
Lo peor de todo esto, es que Peña Nieto omitió mencionar el más grave de los problemas de su administración, que sin duda es causa principalísima de la situación económica actual: la incontrolable corrupción.
De acuerdo con asociaciones como la Coparmex (lajornada.unam.mx, agosto de 2016), la corrupción le cuesta al país el 10% del PIB, una cantidad equivalente a poco más de 1.92 billones de pesos (algo así como $1,920,000,000,000 de unidades de nuestra devaluada moneda); el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), a través de la experta María Amparo Casar, calculó en octubre de 2015 que el costo era de 890 mil millones (milenio.com).
Si hubiera por parte del gobierno un mínimo interés en controlar las fugas por este concepto, y se lograra recuperar entre el 20 y el 30% de lo mal habido, dependiendo de la cantidad correcta, el problema económico quedaría resuelto y sobraría para construir la infraestructura que se requiere para no tener que importar tanta gasolina.
Queda claro que la gravísima omisión no es otra cosa que el reconocimiento implícito de la plena participación del gobierno federal en el robo de bienes a la nación. Desafortunadamente, allí no queda la cosa pues, también forman parte de la porqueriza el Congreso de la Unión, el INE, los gobiernos estatales, las policías y prácticamente cualquier asociación que viva de fondos federales.
En pocas palabras, los mismos que siempre hemos pagado impuestos y mantenido a flote al país —con todo y esta caterva de zánganos vividores—, tendremos que aportar aún más para que el dinero alcance para sus salarios, aguinaldos, bonos, automóviles, vales de gasolina, seguros de gastos médicos mayores, choferes, asistentes, asesores, teléfonos celulares, tabletas electrónicas, computadoras, viajes, partidos políticos y cualquiera otra cosa que se les ocurra integrar a su dieta quincenal. A lo anterior habrá que añadirle lo que más dinero les deja: la tranza.
Así las cosas, el gasolinazo con el que inició el 2017, no es más que una piedra más en el mausoleo de nuestro país, que se desmorona día con día, que se vende pedazo por pedazo y que pierde su identidad en la medida que aumenta su dependencia del exterior. Nos falta todavía vivir las consecuencias de nuestro agachamiento ante la inminente presidencia de Donald Trump, la interminable devaluación y el increíble despilfarro que representarán las próximas elecciones para definir quién tomará el rumbo de México en 2018.
Tal parece que apenas estamos viendo la punta del iceberg.
Ojalá que yo esté totalmente equivocado y que este año sea de éxitos insospechados para todos ustedes.
fdebuen@par7.mx
|
|