| Pocas veces en la vida  deportiva, puede uno decir que, aun en la derrota, un evento fue  extraordinario, emocionante de principio a fin y, donde se impuso el deportivismo  al intento de algunos cretinos del público por deshonrar a una bellísima  competencia. Con todas las de la ley, Estados Unidos ganó en Hazeltine, Minnesota, la Copa Ryder por  17 a 11 al equipo europeo y recuperó, tras ocho años de ausencia, al pequeño  trofeo dorado; pequeño, pero con el más grande corazón en el mundo del golf.Lo reitero: la Copa Ryder es el mejor torneo del  mundo.
 Vencedores y vencidos,  de eso se trata del deporte. La Ryder Cup es un evento en el que participan 24  de los mejores jugadores del mundo. Aquí no se impone el nivel de cada jugador  —todos suelen ser óptimos— sino la estrategia con la que cada capitán confronta  la competencia. Fue aquí, donde el equipo de Davis Love  III se impuso al del irlandés Darren Clarke.
 
 Ya la semana pasada  habíamos comentado que el riesgo de tener en el equipo a seis novatos —la  mitad—, podría ser negativo en el resultado. De eso, por supuesto, no tiene la  culpa el capitán, pues cinco de ellos calificaron por sus propios méritos y  solo uno, el belga Thomas Pieters, fue seleccionado por él. Para su tranquilidad  espiritual, Pieters fue el mejor jugador de todo el torneo (4-1-0), siendo el  único que alcanzó cuatro de los cinco puntos posibles, rompiendo el récord para  un novato europeo. En el equipo de casa se impuso la experiencia, pues solo un  novato calificó al equipo —Brooks Koepka—, y Love III eligió al segundo, Ryan  Moore.
 
 Las estadísticas  obvian la diferencia pues, mientras los debutantes estadounidenses lograron  cinco victorias por solo dos derrotas, entre los seis europeos la combinación  fue de siete victorias, nueve derrotas y un empate; tres de ellos —Matthew  Fitzpatrick (0-2-0), Andy Sullivan (0-2-0) y Danny Willett (0-3-0) no  rescataron un solo punto. El otro cero que registraron los del viejo continente  fue del inglés Lee Westwood, quien sumó tres derrotas. Ningún estadunidense se  fue en cero.
 
 Desde la mañana del  viernes, los tableros se pintaron completamente de rojo, color de los  anfitriones, quienes ganaron los cuatro partidos a bola alternada (foursomes), pero los europeos pintaron  de azul gran parte del tablero por la tarde, ganando tres de los cuatro puntos  en mejor bola (fourball), dejando la jornada con una ventaja de 5 a 3 para los  Estados Unidos.
 
 La mañana del sábado  les permitió a los visitantes deducir medio punto más a sus anfitriones,  mediante dos victorias, un empate y una derrota. En esa tarde se volvieron a  pintar de rojo los tableros en el campo de Minnesota, registrando tres  victorias para la escuadra yanqui por una de los comunitarios. El marcador se  fijaba en 9½ para los de casa, por 6½ para los visitantes. Toda una losa.
 
 Cuando este torneo se  juega en Estados Unidos —recordemos Brookline 1999—, alguna parte del público suele salirse de lo convencional y volverse  agresivo y hasta antideportivo. Para seis debutantes acostumbrados a  actuaciones profesionales donde solo hay aplausos y algunas expresiones de  tristeza, jugar ante decenas de miles de espectadores enardecidos por tantas  derrotas en las últimas dos décadas, puede ser determinante para no alcanzar un  óptimo desempeño. En contrario, para los de casa fue un evidente placer contar  con el apoyo de las galerías.
 
 Los individuales  fueron la cereza del pastel de este increíble encuentro.
 
 El partido más  importante de todos, el primero en el orden, habría de establecer el ánimo para  el resto de la jornada. El más apasionado jugador estadounidense, Patrick Reed,  se enfrentaría a Rory McIlroy, el más significativo representante del conjunto  europeo. Un color azul en lo más alto del tablero de 12 líneas, podría elevar  el entusiasmo de sus jugadores, pero este Patrick, que no le tiene miedo a  nada, no habría de permitirlo.
 
 Fue un match  apoteótico y emocionante de principio a fin. El mejor momento de todo el  campeonato —digo yo— fue en el hoyo 8 par 4, el que iniciaron estando empatados.  Tras el segundo golpe, Rory quedó lejísimos del hoyo dentro del green —más de 24  m—, mientras que Patrick tenía una distancia mucho menor, pero fácilmente unos 8  m, pegado a la orilla del green. Rory ejecutó su putt y la bola le obedeció  hasta enfilarse al centro del hoyo y caer, provocando una celebración que nunca  le habíamos visto en una victoria anterior al norirlandés; lejos de verse  afectado por el éxito de su adversario, Patrick respondió embocando el suyo,  provocando una celebración que sonó mucho más fuerte, por la ayuda del público.  Lo más maravilloso del momento, fue cuando al término del hoyo, ambos jugadores  se felicitaron en la más deportiva de las actitudes. Ese hoyo marcó el cuarto  birdie consecutivo para Rory y el tercero para Patrick, quien minutos antes  había iniciado su racha con un águila en el hoyo 5.
 
 Aunque pocos minutos  antes, el sueco Henrik Stenson daba cuenta del estadounidense Jordan Spieth,  por 3/2, la victoria de Reed en el hoyo final, embocando un putt para birdie  que aseguraba su victoria por la mínima diferencia —1/18—, sería fuente de  inspiración para el posterior éxito de los Estados Unidos. La ventaja se  reducía a solo dos puntos, y en los partidos intermedios el tablero se pintaba  de azul, pero en los del fondo, el dominio absoluto era rojo.
 
 Pieters volvería a  acercar a los europeos, tras vencer a J.B. Holmes por 3 y 2, y minutos después,  el español Rafael Cabrera-Bello —el segundo mejor novato de los visitantes—  superaría a Jimmy Walker por 3 y 2, acercando a los visitantes a solo un punto,  lo que duró realmente poco, pues un rato después Rickie Fowler daría cuenta de  Justin Rose por 1/18. Minutos después conoceríamos el resultado del siguiente  partido, una paliza que le propinó Bruce Koepka al inglés Danny Willett, por 5 y  4.
 
 Poco después fuimos  testigos del final de otro partido histórico, entre dos jugadores cuya  trascendencia está mucho más allá de los fairways:  Phil Mickelson y Sergio García. Entre ambos jugadores combinaron 19 birdies, 10  para Phil y nueve para Sergio. Hubo 10 cambios de posiciones, pero nunca la  ventaja entre ambos fue de más de un hoyo. Para poder rescatar el medio punto,  Sergio debió embocar birdie en los últimos cuatro hoyos. Ambos entregaron  tarjeta de 63 golpes. ¡Simplemente increíble!
 
 El siguiente partido  en concluir fue el de Brandt Snedeker, quien hizo gala de su magistral juego  sobre el green para vencer al inglés Andy Sullivan por 3 y 1. Por primera vez  en la jornada, los locales ampliaban su ventaja a cuatro puntos y faltarían  apenas unos minutos para decretar la victoria.
 
 Esta llegó a manos de  Ryan Moore, quien tras un juego muy reñido contra el inglés Lee Westwood, tuvo  a bien ganar los últimos tres hoyos, para superarlo por 1 en 18, logrando el  esperado decimoquinto punto, el del triunfo.
 
 Con la excepción de  una extraordinaria recuperación del alemán Martin Kaymer para vencer a Matt  Kuchar por la mínima, el resto de los partidos fueron para los locales,  consiguiendo un resultado final de 17 puntos contra 11 (ver resultados partido  por partido en este enlace). En una contundente muestra de supremacía, los  representantes de Estados Unidos obtuvieron 7½, mientras que los europeos solo  4½.
 
 Admirable, pues, el  trabajo del famoso Task Force estadounidense, en aras de recuperar la emblemática presea. Davis Love III y su  equipo se desempeñaron extraordinariamente y tienen bien merecida la victoria.
 
 Quizá, valdría la pena  que el conjunto europeo cambiará un poco su criterio de conformación añadiendo,  como los de Estados Unidos, una selección más para el capitán, evitando de  alguna forma, sumar a tantos novatos en el mismo evento. Desde luego, la  experiencia adquirida por ellos será de gran valía para los próximos  encuentros.
 
 En dos años más, la  sede será París y los europeos no se cruzan de brazos. 2018 será un año mágico  para la Copa Ryder.
 
 Finalmente, a pesar de  que el resultado no era el que yo esperaba en términos de diferencia entre  ambos equipos, y mucho menos en el aspecto sentimental —pues siempre he sentido  preferencias por Europa— solo puedo mencionar que, cuando apagué el televisor,  sentí una profunda satisfacción por mi afición al golf, y por los momentos  extraordinarios que este deporte nos ofrece, sobre todo en aquellos donde la  bandera es mucho más importante que la cartera.
 fdebuen@par7.mx | 
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