A pocos días de que inicie la Olimpiada en Río de Janeiro, comienzan a surgir hipótesis que van más allá de la ocupada agenda de Adam Scott o del temor al virus de Zika que esgrimieron Rory, Jordan, Dustin, Jason y otros de los mejores golfistas de la actualidad. De acuerdo con no pocas fuentes periodísticas, un fantasma está provocando un temor mucho mayor entre los golfistas profesionales, que el del famoso mosquito: el antidoping.
El PGA Tour —la gira más representativa del golf profesional en el planeta— no es precisamente estricta en sus controles antidopaje con sus jugadores. Cuando se decidió que el golf regresaría al circuito olímpico, se anunció también que todos los aspirantes a participar en Juegos Olímpicos tendrían que someterse a un control estricto por uso de sustancias prohibidas.
Desde muchos años antes, el PGA Tour sabía que la sombra del dopaje se cernía sobre muchos de sus integrantes y, a partir de 2006 les dio a sus jugadores un plazo de dos años para limpiarse completamente, ofreciéndoles pruebas voluntarias y apoyo médico y psicológico para ayudarlos en el proceso. Iniciaron con pruebas oficiales a partir de 2008. Cabe aclarar que los exámenes que lleva a cabo la Gira a través del National Center for Drug Free Sport, son mucho menos exigentes que los que exige la WADA (World Anti-Doping Agency), organismo oficial internacional de control antidopaje en el mundo y agencia oficial del Comité Olímpico Internacional.
Para empezar, el PGA Tour no lleva a cabo exámenes de sangre —bajo la presunción de que puede afectar el desempeño de sus jugadores en rondas subsecuentes— y solo practica análisis de orina, los cuales no pueden identificar ciertas sustancias prohibidas por la WADA. Además, no suele hacer públicos los castigos a jugadores que consumen drogas por motivos recreacionales, como la penalización de seis meses que recibió Dustin Johnson por el presunto consumo de cocaína que jamás oficializó el Tour. De acuerdo con el reglamento de WADA, esto le pudo costar al flamante campeón del U. S. Open un castigo de dos años como mínimo.
En fecha reciente, la WADA reveló que seis golfistas participantes en eventos sancionados por la Federación Internacional de Golf fueron sancionados por violar el Código Mundial Antidopaje. Aunque no se mencionaron los nombres, fueron golfistas de Francia, Italia, Corea del Sur y Sudáfrica.
Dick Pound, expresidente de WADA y uno de los más fervientes promotores de los más estrictos controles antidoping, duda públicamente del compromiso de las autoridades internacionales de golf, con respecto a los controles de uso de sustancias prohibidas. «Todos hemos visto los cambios en la forma física de golfistas y las distancias que consiguen, sabemos que el equipo es mejor y que las bolas son mejores, pero no es solo eso.» Mencionó Pound.
Pound dijo que urgió al comisionado del PGA Tour, Tim Finchem, a tomar medidas más drásticas e implementar un régimen de pruebas más estricto. La respuesta del mandamás de la gira fue, de acuerdo con Pound: «¡Ah! Pero si lo hago, todos pensarán que mis muchachos son como esos jugadores del béisbol y futbol, y yo no quiero eso».
El mayor riesgo que se corre ante actitudes laxas como las del PGA Tour, es que la juventud deje de considerar al consumo de estas sustancias prohibidas como algo que deba evitarse a toda costa y, en cambio, piense que su uso es admisible y, por supuesto, positivo para el desempeño en el campo de golf.
Así las cosas, tal parece que muchos de los mejores golfistas del planeta tienen algo que esconder, con respecto a lo que meten en su cuerpo para lograr un óptimo desempeño en su profesión y, que la poco probable presencia del Aedes Aegypti —insecto responsable de la trasmisión del virus de Zika—, ha resultado una extraordinaria y oportuna excusa para evitar una prueba de antidoping durante la Olimpiada, a pesar de que existen vacunas efectivas para evitar contraer la enfermedad.
Considerar al golf olímpico como parte de una agenda ocupadísima, entre el PGA Championship y la FedEx Cup, jugar por una medalla en vez de hacerlo por una millonada de dólares, y arriesgarse a quedar en ridículo tras resultar positivo en una prueba antidopaje, parecen razones suficientes para que más de una veintena de golfistas haya renunciado a su participación en la justa brasileña, a pesar de que han sido 112 años de espera para poder volver a ver el golf en los Juegos Olímpicos.
¿Será que ya olvidamos el espíritu del golf?
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