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Un torneo para la memoria

Fernando de Buen



La imagen no tiene desperdicio. Tras un duelo memorable en Royal Troon, el Open Championship terminó como deberían hacerlo todos los campeonatos de todos los deportes: con un abrazo afectuoso entre los principales contendientes. Y no me refiero al apretón de manos con gorra en mano, como demandan los cánones del juego, sino un acercamiento sincero entre el ganador y el derrotado.

Sin más, el espíritu del golf en su más pura expresión.

Durante más de 36 hoyos, Henrik Stenson y Phil Mickelson se enfrascaron en un duelo por ver quién de los dos se quedaría con el trofeo más antiguo, famoso y prestigiado del mundo: la Jarra de Clarete, que se entrega —en forma de réplica— al ganador del torneo más longevo de nuestro deporte.

En vísperas a su inicio, hubo muchísimo ruido alrededor de nuestro deporte, causado principalmente por las renuncias de los principales exponentes del ranking mundial, a participar en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, en unas cuantas semanas. Tras enterarnos que jugadores como Jason Day, Dustin Johnson, Jordan Spieth y Rory McIlroy —los cuatro que encabezan la mencionada lista—, declinarían su participación, el prestigio del golf a nivel del deporte mundial sufrió un desgaste muy importante, pues ninguna otra disciplina olímpica se ha visto afectada por la dimisión de más de una veintena de sus exponentes.

El principal vocero en la cadena de estupideces verbales fue, sin duda, el norirlandés Rory McIlroy, otrora uno de los más carismáticos golfistas del planeta. Durante una conferencia de prensa previa al inicio del torneo en Escocia, Rory declaró: «No creo que haya sido una decisión tan difícil para mí como lo fue para (Jordan Spieth). No siento que haya traicionado al juego. Yo no entré en el golf para tratar de hacer crecer el juego. Yo entré en el golf para tratar de ganar campeonatos y ganar campeonatos majors».

No conforme con su execrable declaración, todavía continuó: «Probablemente veré los Olímpicos, pero no estoy seguro que el golf sea uno de los eventos que veré. ¿Cuales? Le cuestionaron. «Pista y campo, natación, clavados… las cosas importantes».

Es obvio que dentro del enorme equipo que rodea al norirlandés, no hay un experto en relaciones públicas. Le tomará tiempo y triunfos importantes rescatar el enorme carisma con el que contaba antes de su deplorable actitud.

Así las cosas, con la presencia de la gran mayoría de los renunciantes, dio inicio el Open británico.

Los dioses favorecieron al campeonato, quizá en un intento desesperado por devolverle al golf el prestigio que sus mejores practicantes han buscado disolver a lengüetazos hiponeuronales. Desde el mismo jueves, las emociones alcanzaron el máximo nivel, con un 63 de Phil Mickelson que bien pudo ser 62 y romper la marca histórica de la mejor ronda en un major, pero su bola en el 18 boqueó en el hoyo, negándose a entrar.

La ventaja del zurdo se vio disminuida tras la segunda ronda, pues el sueco Stenson —gracias a un 65— rescató cuatro de los cinco golpes de déficit que tenía y, con 68 en la tercera se puso arriba de Phil, quien firmó para 70. El resto es el mejor final que yo recuerdo desde que comencé a ver torneos de grand slam, hace más de tres décadas.

No profundizaré el más en el recorrido final, pues este mismo semanario da cuenta de la misma. Lo extraordinario fue que lejos de mostrar tristeza y frustración por no haber ganado el torneo, tras haber jugado una de las mejores finales de su vida profesional, Phil honró a Henrik con un sincero apretón de manos, la correspondiente felicitación y ambos caminaron abrazados hasta la orilla del green. Imborrable.

La verdad sea dicha, Mickelson mostró un temperamento a prueba de fuego para admitir con enorme generosidad, la decimoprimera ocasión en la que obtiene el segundo lugar en un torneo grande, rebasando en esa infeliz estadística al legendario Arnold Palmer y colocándose en segundo lugar, solo detrás de los 19 subcampeonatos que consiguió el inmortal Jack Nicklaus durante su carrera.

Fue un torneo de marcas históricas y hechos memorables, en un campo complicado que sometió a los jugadores a prácticamente todos los climas posibles —frío, lluvia, viento y calor—, a través de las cuatro rondas.

El público escocés reafirmó una vez más su prestigio como el mejor del mundo, mostrando conocimiento, experiencia, lealtad absoluta al juego sin importar los factores climáticos y, ante todo, un respeto irrestricto al juego y a sus exponentes, más allá de sus respectivas nacionalidades.

Habrá quienes no estén de acuerdo conmigo, pero experiencias como la vivida la semana pasada, reafirman que no hay mejor torneo individual en el mundo como el que Open Championship, el mal llamado Abierto BritánicoBritish Open— por los celosos estadunidenses, quienes consideran sus campeonatos nacionales como mundiales, pero no pueden aceptar que el Open —el antiguo, el de prosapia, el que ejerce con autoridad indiscutible el derecho a ese nombre— no es el que ellos organizan.

fdebuen@par7.mx