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El tiempo, enemigo del golf

Fernando de Buen



Nuestro querido golf tiene un sinnúmero de virtudes que lo hacen diferente a prácticamente todos los deportes. Es una plena comunión con la naturaleza, es el único que se puede practicar mientras se convive gratamente con el o los adversarios; ningún otro que yo recuerde permite una pausa a la mitad de la competencia para la sagrada ingestión de unos incomparables huevos rancheros, unos tacos de guisados, carnitas o barbacoa, más una helada cerveza, y muy pocos también consideran como parte inevitable de la jornada, la visita al bar —Hoyo 19— para cerrar las apuestas del día, dejar atrás los resquemores de la competencia y degustar entre amigos de algunas bebidas espirituosas, acompañadas de incomparables botanas.

En pocas palabras, el golf es, para muchos, lo más cercano al paraíso terrenal. Sin embargo, como casi todo lo bueno de la vida, siempre hay un negro en el arroz y, en el caso de nuestro adorado deporte, es el tiempo que se requiere para disfrutarlo en toda su inmensidad.

¿Cuánto debe durar una ronda?

No existe una respuesta precisa a esta pregunta, pues son demasiadas las variables que influyen en un recorrido de 18 hoyos, siendo las más importantes el número de jugadores en el grupo y la dificultad del campo.

De acuerdo con las Reglas, el Comité de Golf de cada campo debe determinar el tiempo de juego requerido para una ronda, basándose en el par del campo —número de pares 3, 4 y 5 de cada vuelta—, su grado de dificultad y el tiempo que podría requerir hacer una pausa a la mitad del trayecto.

En la época en la que tuve el honor de ser presidente del Comité de golf de mi Club Vallescondido, a mediados de los 90, hice el cálculo de tiempos para cada hoyo, considerando salidas en grupos de 4 o 5 jugadores. Considerando que se trata de un campo totalmente estándar, con cinco hoyos par 4, dos par 5 y dos par 3 por cada vuelta, el resultado fue de 2:20 horas por nueve hoyos, más 20 minutos de detención para desayunar. El total era de cinco horas y debo decir que el cálculo no estaba en absoluto alejado de la realidad, pues gracias a los buenos oficios de nuestros marshalls —oficiales de campo—, solía cumplirse el estimado sin demasiado esfuerzo.

Pero en el caso de México y algunos países de América Latina —lo que no suele suceder en el resto del mundo—, con la ronda de golf no concluye la jornada y a ésta debe sumársele el tiempo en el bar, el baño de vapor, la regadera y, en no pocos casos, algunas rondas de cubilete o dominó.

¿Siete, ocho horas? Puede ser esas o incluso más. El golf —entendido este como el conjunto de actividades de la jornada— que en nuestro país se practica en clubes privados, puede ser eternamente largo.

En otros países, en cambio, la historia comienza en la tee del 1 y termina en el green del 18. En Estados Unidos, por ejemplo, es raro encontrar grupos de cuatro jugadores y, en muchos casos, están prohibidos los fivesomes. Nuestros vecinos no son fanáticos de las actividades de extragolfísticas que tanto disfrutamos nosotros y, en cambio, están permanentemente preocupados por encontrar la forma de reducir el tiempo que demanda una ronda de 18 hoyos. No olvidemos que son los inventores del fast-food, la antítesis del gozo de disfrutar una comida.

Por otra parte, hay campos donde está prohibido caminar y para todos es obligatorio el uso de un vehículo motorizado. Los diseñadores de la actualidad le dan más importancia al desarrollo inmobiliario que al respeto por mantener la cercanía entre el green de un hoyo y la mesa de salida del siguiente. En muchos casos, es necesario desplazarse hasta medio kilómetro o más para continuar el juego. En aras de acelerar un recorrido de 18 hoyos sin sacrificar el negocio, le quitan al deporte el incomparable gozo de caminar el campo.

¿Han notado ustedes que los trazos turísticos presentan fairways más amplios y roughs menos exigentes que uno privado? ¿Y esto por qué? La misma respuesta: se trata de vender el mayor número posible de green-fees y la mejor forma de lograrlo es acelerando el tiempo de juego, mediante el uso de carros de golf y con un menor grado de dificultad. Una ronda de más de cuatro horas y media para uno de estos centros turísticos en los EEUU es inconcebible y los marhsalls harán lo imposible para obligarnos a cumplir el horario.

En una de sus no pocas ocurrencias, el propio Jack Nicklaus sugiere campos de 12 hoyos, diseñados como recorridos alternos a los existentes de 18, idea que no ha sido mal vista por otros de sus colegas famosos, como Greg Norman, quien se ha propuesto diseñar trayectos de solo seis hoyos.

Una empresa, HackGolf, con el apoyo de importantes fabricantes de equipo, sugieren que los hoyos actuales de 108 mm de diámetro, deberían ser sustituidos por otros de ¡381 mm! Hace poco se implementó un campo con hoyos de estas dimensiones, resultando en una reducción de 45 minutos por ronda y de diez golpes por jugador.

Todas estas barbaridades que cambiarían por completo el espíritu del golf, obedecen únicamente a la necesidad de abreviar el tiempo de una ronda de juego. No caminar, reducir el número de hoyos de una ronda estipulada, poner banderas en agujeros enormes y sacrificar al Hoyo 19. ¿Todo para qué? Para ahorrar tiempo, tiempo que seguramente no mejorará la calidad que nos brindan la naturaleza, el ejercicio, los amigos y la incomparable convivencia de este deporte, como nos gusta a nosotros, los latinos, quienes más lo gozamos.

En lo personal, yo preferiría sacrificar nueve hoyos a renunciar a todos estos placeres. ¿Y ustedes qué opinan?, ¿debe cambiar el golf en función del tiempo?

fdebuen@par7.mx