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Néstor de Buen Lozano (1925-2016)

Socialista, golfista y pequeño burgués

Fernando de Buen



Néstor de Buen Lozano.

 

And, in the end, the love you take is equal to the love you make.

Paul McCartney

 

A veces me piden que hable de un golfista común y no de una estrella de este singular firmamento. Eso haré hoy.

Esta es una brevísima semblanza de un golfista que nunca dejó huella por sus cualidades en este deporte, pero dejó marcas muy profundas en muchos otros aspectos de la vida. Su nombre: Néstor de Buen Lozano, mi padre.

Si yo tuviera que mencionar a un culpable de la vuelta que dio mi vida, dejando que el principal interés de mi giro profesional saltara durante casi década y media del diseño gráfico al mundo editorial —me refiero específicamente a Par 7—, ese sería papá, quien falleció la madrugada del pasado lunes 25 de abril, a la edad de 90 años.

De Néstor heredé las tres condiciones esenciales que se requieren para elaborar una revista especializada en golf: el interés por el periodismo, una dedicación incondicional al trabajo y la pasión por el golf.

Un intento de brevísima biografía

Nacido en Sevilla el 2 de diciembre de 1925, papá vivió las penurias de la guerra civil española. Su padre Demófilo, fiel a sus convicciones políticas, dejó una vida exitosa como presidente del Tribunal Popular de Responsabilidades Civiles, en Madrid, por el exilio que habría de concluir —tras dos años de refugio en Francia— en 1940, con su llegada a México.

«Mexicano por inmersión» —como él mismo se definiera—, cuando cumplió los 18 años, en agradecimiento al país que lo acogió, a pesar de que no estaba obligado por ser extranjero, se inscribió al servicio militar, donde sacó bola blanca y se encuarteló durante un año en el Batallón de Trasmisiones. Por dicha causa, debió detener sus incipientes estudios universitarios. A pesar de su profundo amor por nuestro país, al que amó entrañablemente hasta el día de su partida, adquirió la nacionalidad mexicana hasta 1988, como una especie de protesta, porque la legislación vigente lo convertiría en un «mexicano de tercera».

Concluyó sus estudios universitarios en 1950 en la Escuela Nacional de Jurisprudencia —hoy Facultad de Derecho de la UNAM— y defendió con mención honorífica su tesis doctoral en 1965 en la misma Universidad.

Su pasión por la enseñanza lo mantuvo en las aulas durante poco más de seis décadas. De las muchas condecoraciones y distinciones que recibió durante su vida —la Orden de Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de Caballero (República Dominicana, 1994), la Encomienda de la Orden del Mérito Civil, otorgada por Su Majestad don Juan Carlos I, Rey de España (1997), o el Premio Nacional de Jurisprudencia (2005), entre muchas otras—, siempre puso por encima de todas la que reflejó su entrega incondicional a su alma mater, el título de Maestro Emérito que le otorgó la UNAM en 2003.

Por ese amor a la Universidad, sus deudos aceptamos que, al día siguiente de su fallecimiento, se le hiciera un homenaje de cuerpo presente en el Aula Magna Jacinto Pallares, de la Facultad de Derecho, como el último acto oficial al que asistiría, antes de su cremación. Con el buen humor andaluz que siempre lo caracterizó, este ser excepcional que siempre sobrepuso su amor al trabajo sobre la remuneración económica derivada del mismo, algún día se autodefinió como «socialista, golfista y pequeño burgués», frase que utilicé para darle título a este modesto homenaje en su memoria.

El golf, su otra pasión

Pero no todo en la vida de Néstor de Buen giró alrededor de su amor por el Derecho. A mediados de los años 60 fue invitado por el Consejo de Administración del Club de Golf La Hacienda para ser su abogado general, por lo cual recibió una membresía honoraria. El golf se convirtió inmediatamente en una pasión que mantuvo hasta su última ronda, a los 88 años de edad.

Su definitiva convicción por llevar la seguridad social a todos los estratos laborales del país, lo llevó a diseñar y negociar con el IMSS, un método para que los caddies de dicho club tuvieran acceso a los servicios del Instituto por una módica cuota. Fue el primer club del país que consiguió esta importantísima prestación. Todavía hasta hace algunos años, por una invitación a jugar en dicho Club, algunos caddies veteranos me reconocieron como hijo de don Néstor, expresándome su admiración, respeto y cariño por quien se preocupó sobremanera por su bienestar y el de sus familias.

Pensando que su estancia como abogado del Club de Arboledas tenía fecha de caducidad, y convencido de que nunca más dejaría el golf, adquirió una acción del Club de Golf Los Tabachines, que pocos meses después vendería para comprar, a inicios de 1975, la de su amado Club de Golf Vallescondido, institución de la que fue fundador, consejero y, junto con otros tres socios, conformó la primera generación de socios honorarios vitalicios.

Mi padre nunca fue un golfista excepcional, aunque llegó a competir eventualmente en la categoría C en tiempos de La Hacienda. Tampoco fue un gran apostador, ya que siempre consideró que la apuesta debería de ser siempre un entretenimiento y no un objetivo. Sin embargo, esa caminata de 18 hoyos cada sábado y domingo durante más de cuatro décadas —algunas de ellas en compañía de nosotros, sus hijos— fue lo que más gozó en su vida, aparte de la familia y la profesión. Solo usó el carro de golf por prescripción médica, ya siendo octogenario.

Su herencia

Mi paso por el equipo de Reglas de Golf de la Federación Mexicana de Golf y el haber fundado el correspondiente de la Asociación de Golf del Valle de México —dirigiéndolo durante cerca de una década—, se debió, a juicio de muchos, a la inevitable herencia legal y de jurisprudencia que cargo inconscientemente desde mi nacimiento, por culpa de mi progenitor. Quizá tengan razón.

De lo que no tengo duda, es de su legado como excepcional padre de familia, quien nunca dejó de preocuparse por nosotros, a pesar de que todos sus hijos ya superábamos las cinco décadas de existencia (con perdón de mis jóvenes hermanas por la atrevida confesión). Su sentido de lealtad con la familia fue permanente y, prueba de ello fueron los más de 63 años que vivieron en matrimonio Néstor y Nona —mi madre excepcional— hasta la primera madrugada de esta semana.

Su honradez era inamovible. Recuerdo que cuando yo tenía 16 años tuve un accidente de tránsito, pegándole al coche de enfrente por no frenar a tiempo en un semáforo. Cuando llegó papá al sitio, el propio afectado le sugirió que dijera que él venía manejando, con el fin de que el seguro de la camioneta Rambler pagara los gastos a terceros, porque siendo yo menor de edad y sin licencia — solo tenía el permiso provisional—, perdía el derecho a la cobertura . Él se negó rotundamente y corrió con todos los gastos. ¡Tuvo la razón! A 42 años de distancia, nunca he olvidado su ejemplo.

Tras una progresiva decadencia de su cuerpo a lo largo de más de 16 meses, papá finalmente partió en paz, durmiendo y sin dolor aparente. Su tránsito nos ha traído tranquilidad a su esposa e hijos, quienes esperábamos este momento desde hace tiempo, pero su inquebrantable terquedad de aferrarse a esta vida —la única a la que podía aspirar en su calidad de ateo libre pensador— lo mantuvo vivo mucho más de lo esperado.

Néstor dio amor y lo recibió por igual, pero a raíz de su desenlace, quienes estuvimos con él en estos dos días, pudimos constatar que se ganó el cariño, respeto y admiración de personas y grupos provenientes de todos los estratos imaginables: sindicatos, patrones, abogados de otros despachos, organismos de gobierno, universidades, políticos y amigos, una cantidad interminable de amigos que abarrotaron el velatorio durante cerca de once horas, ante un féretro que estuvo rodeado por casi siete decenas de arreglos y coronas florales. Ya en la UNAM, fuimos testigos de las lágrimas que un emocionado Rector de la UNAM, el Doctor Enrique Graue compartió con mi madre o las que invadieron a mi hermano, el Maestro Carlos de Buen Unna —dignísimo representante de la familia— y al exdirector de la Facultad de Derecho, Doctor Fernando Serrano Migallón —otro orador excepcional y amigo queridísimo de mi padre y de la familia—, durante sus emotivas disertaciones.

¿Se puede pedir más que tener a un padre al que se le quiere y admira por igual? Lo veo difícil, pero más difícil veo empatar ese impresionante palmarés de metas cumplidas, distinciones, condecoraciones y éxito profesional, mezclados con simpatía, dedicación, inteligencia aguda y una incansable dedicación.

Papá Nestor nos legó una vida plena de trabajo, alegría, lealtad, profesionalismo, justicia social, sabiduría y amor. Heredar estos principios a mis hijos es mi meta principalísima.

Gracias, papá. Muchas gracias.

Con todo mi amor,

Tu hijo Fernando.

fdebuen@par7.mx