La reciente actuación del campeón 2015 del U. S. Amateur, Bryson DeChambeau, su inmediata conversión al profesionalismo, y el haber debutado en el PGA Tour con un cuarto lugar en el RBC Heritage, me pusieron a reflexionar sobre qué es lo que se necesita para crear a un golfista capaz de enfrentar cualquier reto y superar el mismo en forma airosa.
Por supuesto, a través de los años han surgido un sinnúmero de promesas provenientes del golf amateur —colegial, primordialmente—, cuyo palmarés permite el atrevimiento de pronosticar que serán exitosos tras su salto al profesionalismo. Algunos de ellos han permanecido por algunos años en la Gira y desaparecen, otros surgen en su tercera o cuarta temporada, y son pocos, muy pocos, los que se han colocado rápidamente entre los mejores del mundo. Si nos remontamos a las últimas dos décadas, solo mencionaría a tres jugadores: Tiger Woods, Rory McIlroy y Jordan Spieth.
DeChambeau es una más de estas promesas, pero todavía está por verse si tiene la capacidad para descollar en el profesionalismo.
¿Qué se requiere para ser un triunfador desde el inicio de una carrera?
Tras algunos años —acaso décadas— de observar surgimientos de golfistas con enorme potencial, está claro que solo llegan al éxito quienes cuentan con una mezcla virtuosa de ciertos ingredientes, que combinados adecuadamente generan el equilibrio necesario para dar como resultado a un competidor excepcional. Como veremos más adelante, son más los aspectos mentales que los físicos.
¿Cuáles son?
Yo diría que la receta lleva cantidades generosas de talento —capacidad—, inteligencia, preparación académica y estrategia, mezcladas éstas con cantidades industriales de práctica, confianza en sí mismos y paciencia.
Talento o capacidad. Es prácticamente imposible imaginar que un golfista llegue a grandes alturas, si no cuenta entre sus activos con un talento natural para aprender rápidamente, y ejecutar lo aprendido como si lo hubiera hecho siempre. Resulta difícil imaginar la longitud de la curva de aprendizaje en alguien que no tenga esta cualidad innata.
Inteligencia. El golf requiere de una mecánica impecable, pero también de una toma de decisiones sobre la marcha, que sirven, precisamente, para definir las características del siguiente golpe. El jugador debe analizarlo, no solo en función de una posible ejecución perfecta, sino de los riesgos que conllevaría cometer alguno de los errores posibles y, ante la mezcla de alternativas, elegir la más apropiada en función del estatus del torneo que se juega.
Preparación académica. Por supuesto, siempre habrá excepciones en este capítulo, y pienso en jugadores como Severiano Ballesteros, Ángel Cabrera, Rory McIlroy o el propio Víctor Regalado —único ganador mexicano ganador en el PGA Tour— quienes no cursaron estudios universitarios y han sido grandes campeones; pero la inmensa mayoría de los jugadores de las últimas siete décadas, cursaron estudios universitarios, mismos que fueron determinantes en su preparación mental y estratégica durante su vida profesional.
Estrategia. De poco o nada sirven el resto de las cualidades del golfista, si no están guiadas por una estrategia adecuada, y esta debe definirse antes del inicio de cada competencia. Cada campo es diferente, diversas las condiciones climáticas, las características del terreno, la altitud sobre el nivel del mar, los horarios de salida y muchas, muchas cosas más. En la gran mayoría de los casos, las grandes desgracias se derivan de grandes equivocaciones en la estrategia. Hay días para jugar en forma conservadora y los hay para atacar la cancha. El mejor ejemplo de una mala decisión, fue la debacle de Jordan Spieth la semana pasada en el Masters. Llegó al hoyo 12 confiado en su ventaja y, anteponiendo la confianza a la estrategia, pegó su golpe de salida hacia la zona de más alto riesgo del par 3; el resultado fue un 7 con el que prácticamente cedió el torneo.
Práctica. No hay más: práctica, práctica y más práctica. Con ella logramos mecanizar todos y cada uno de los movimientos del swing, liberando al cerebro de la preocupación por estar haciendo algo en forma defectuosa, y dejándolo que se dedique exclusivamente a definir la estrategia en una ronda. El jugador se somete permanentemente a pequeños o grandes cambios en su rutina del swing, y la única forma en la que puede absorberlos es mediante el constante entrenamiento de los mismos. Se puede practicar antes o después de una ronda, pero lo único que está condenado al fracaso es intentar aprender algo del swing durante el desarrollo del mismo.
Confianza. Si pensamos en el mejor exponente de la historia del golf que basó su estrategia en la confianza en sí mismo, sin duda elegiríamos a Severiano Ballesteros, quien es recordado no solo por sus grandes triunfos en torneos de grand slam, sino por la ejecución de muchísimos golpes con altísimo grado de dificultad, que solo podía ejecutarlos alguien que creía plenamente en su capacidad, como lo fue siempre el nativo de Pedreña. En este mundo se puede ser muy inteligente, tener un vasto conocimiento de la propia profesión o amplios recursos para ejercerla, pero sin confianza, están cerradas las puertas del éxito.
Paciencia. Es otro de los puntos clave para alcanzar el éxito en cualquier momento de decisión importante en la vida. En el golf, significa entender la situación de una competencia en un momento determinado y, superando la emoción, el deseo y la urgencia de actuar, la paciencia ha de indicarnos el momento ideal para buscar el triunfo; ni antes ni después. La paciencia llega a ser un activo tan poderoso, que en muchas ocasiones, es la mejor arma para destrozar al adversario.
En resumen, Tiger, Rory y Jordan encontraron el equilibrio necesario para explotar al máximo estas cualidades. Se dice fácil, pero solo tres jugadores lo han logrado en las últimas dos décadas.
¿Quién será el siguiente?
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