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Juan Antonio Estrada González
(1936-2016)

Fernando de Buen



 

No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.

Refrán popular

Se nos fue Juan Antonio Estrada. Se fue el mejor jugador amateur mexicano de todos los tiempos; se fue el único amateur que ha sido invitado al Masters de Augusta; se fue un hombre de bien, lleno de pasión por el golf y de amor por su familia; se fue un referente importantísimo en la historia del golf mexicano; se fue mi admiradísimo Juan Antonio. Descanse en paz.

A veces pienso que, en los umbrales de la muerte, el destino les regala a algunos el privilegio de decidir la fecha de su partida definitiva. Así sucedió con quien fuera mi suegro, el licenciado Odilón Ramírez Pelayo, un hombre increíblemente bondadoso y ferviente guadalupano, quien falleció el 12 diciembre de 2013. ¿Coincidencia? Juan Antonio se despidió en la semana del Masters, justo antes del inicio del torneo. ¿Será que decidió viajar para verlo en compañía de Bobby Jones, Sam Snead, Byron Nelson, Ben Hogan y tantos otros? Más allá de mis abundantes conflictos teológicos, prefiero pensar que fue una simple concesión por sus merecimientos en vida.



No pretendo hacer de esta aportación editorial un legado de los triunfos —más de 60 a través de su carrera— de este hombre nacido en Torreón el 13 de septiembre de 1936. A raíz de su lamentable fallecimiento, han aparecido un sinnúmero de publicaciones con su impresionante palmarés deportivo y no quisiera ser repetitivo.

Prefiero hablar del ser humano que siempre mostró un trato impecable, pero nunca condescendiente, y mucho menos en el campo de juego. Para él, cada match era un desafío de vida o muerte, y en cada torneo tenía un solo objetivo: ganar. Me dicen quienes lo conocieron en sus mejores años como golfista, que siempre fue el rival que nunca se detenía o sentía una mínima compasión por su adversario, y se mantenía implacable hasta acabar con él. Tras el final del juego, regresaba siempre el hombre bondadoso y grato, a quien no le faltaba una palabra de aliento para su víctima. Al pensar en Juan Antonio el golfista, no puedo evitar compararlo con la selección alemana de futbol, que llevando cuatro goles de ventaja y quedando cinco minutos de juego, lejos de acabarse el reloj en forma ladina e intrascendente, busca meter otros cuatro, porque la meta de cualquier deportista es el triunfo; como dijo el inmortal Vince Lombardi: «Ganar no es lo más importante, es lo único». La piedad nunca ha sido buena consejera de la victoria.

Si alguien le pedía strokes al Nene —como le llamaban desde pequeño— en un partido, contestaba sin chistar: «No pido y no doy». Como buen norteño, su hablar era pragmático y su sinceridad no medía las consecuencias, pero la suya era de esas verdades desinteresadas que no arrastran antipatías.

Si me pidieran describir al perfil del deportista ideal, sin duda pensaría en las características que siempre definieron al Campeonísimo, como también solíamos llamarlo.

Para poder jugar el Torneo de Maestros sin haber ganado uno de los campeonatos que ofrece este increíble privilegio, hacía falta una invitación personal del fundador del Club, Robert Tyre Jones Jr. —mejor conocido como Bobby Jones—, el mejor golfista amateur de todos los tiempos. Si Juan Antonio fue requerido para participar en el evento de 1962 a 1964, es porque fue considerado por el propio Jones como uno de los mejores golfistas amateurs del planeta. Ni más ni menos.

Fuera del deportista, el perfil del ser humano era aún mejor. Tuve la gratísima oportunidad de jugar hace once años con Juan Antonio en el bello campo de Las Maravillas, el feudo de nuestro mutuo amigo Alfredo Sánchez Gaitán. Haber podido compartir esa ronda con este hombre excepcional, ha sido una de las más gratas experiencias de mi vida como golfista. A pesar de que su salud ya estaba disminuida, pude constatar que su swing seguía siendo un ejemplo de suavidad, coordinación y elasticidad.

Cuando asistí a la presentación de su libro biográfico «Jugador contra el viento», Juan Antonio me honró regalándome y dedicándome un ejemplar, que comienza con una carta escrita por Jack Nicklaus, de la que citaré solo un par de párrafos. Dice el Oso Dorado: «Lo primero que me llamó la atención cuando nos conocimos en 1959, y lo que todavía recuerdo es el swing de Juan: un movimiento muy suave, maravillosamente rítmico, que no solo era consistente, sino que llevaba la pelota muy lejos de la tee; especialmente para los estándares de hace 50 años… Juan Antonio Estrada será recordado como un verdadero pionero del golf en México; alguien que a través de su juego y su personalidad gentil fue un maravilloso embajador de este deporte y de su país. Sin considerar el idioma, cuando se habla de golf en México, se habla de Juan Antonio Estrada. El talento supera todas las barreras del lenguaje y trasciende fronteras.»

México le hizo justicia tardía a Juan Antonio, pero no por falta de méritos, sino por el obtuso concepto que se mantuvo por décadas, de que el golf era un deporte elitista e inaccesible y, por tanto, sus méritos no tenían por qué ser considerados. Fue hasta 1999 cuando fue incluido en el Salón de la Fama del Deporte Federado, por intermediación del entonces presidente de la Confederación Deportiva Mexicana, Felipe Tibio Muñoz. Al año siguiente fue designado como Deportista Mexicano del Siglo xx por el presidente Ernesto Zedillo. Al menos lo homenajearon en vida, y no como a muchos otros, que solo recibieron estos honores después de su partida. En 2008, la Federación Mexicana de Golf instituyó la Medalla Juan Antonio Estrada, que él personalmente entregó a su primera ganadora: Lorena Ochoa. Unos años después la recibió Mauricio Urdaneta; ojalá que la FMG se acuerde de que la presea existe y la siga entregando a personalidades destacadas de nuestro deporte.



Juan Antonio Estrada y Lorena Ochoa

A estas alturas del artículo, ustedes se preguntarán por qué el refrán con el que lo inicio. Pues bien, la verdad sea dicha, siempre quise entrevistar a Juan Antonio en su casa, experimentando el calor de su hogar y disfrutar verlo rodeado de los muchísimos trofeos que ganó durante su carrera. El más grave error que cometí, al sentirlo cercano y sentirlo amigo, fue pensar que me duraría toda la vida para poder organizar ese encuentro. Hoy me siento fatal por no haberlo acordado, sabiendo que él me abriría las puertas sin chistar, y habríamos pasado horas memorables hablando del mundo que tanto amó, rodeado de quienes tanto amó. Un error imperdonable del que siempre me arrepentiré como periodista, pero mucho más como amigo.

Querido Juan Antonio: hoy habrás organizado un match contra Hogan o Jones, mañana contra Nelson o Snead. No les pidas strokes, porque tampoco se los darás, pero, lo mejor de todo, es porque siempre te gustó ganar sin ventajas y les darías una pelea memorable.

Un abrazo, amigo admirable. Ya nos encontraremos.

fdebuen@par7.mx