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1940: una increíble pasión por el golf

Fernando de Buen



Esta mañana leí un correo de mi hermano Néstor,
quien a su vez lo recibió de un amigo común: Steve Frazier. El contenido
del mismo me atrajo de inmediato e inspiró esta editorial.
Espero que la disfruten.

Había iniciado la Segunda Guerra Mundial. En el segundo semestre de 1940, la Luftwaffe —Fuerza Aérea alemana— iniciaba sus incursiones en tierras inglesas con Stukas y Heinkels, entre muchos otros aviones, buscando destruir la Royal Air Force británica, en preparación a una invasión para apoderarse de la pérfida Albión.

Independientemente de que la historia no le sonrió a las hordas nazis —ya que la heroica defensa británica se convirtió en una impensable derrota alemana, los propios ingleses procuraban continuar con su vida cotidiana, restándole importancia —hasta donde les era posible— a las intromisiones germánicas.

Debido a las gélidas condiciones climáticas reinantes en Noruega, de donde despegaban los aviones de la flota Luftflotte 5 hacia las Islas, se les ponía una pequeña cubierta de cera a los cañones, con el fin de evitar su congelación, y se instaba a los pilotos a que al cruzar la costa dispararan algunas ráfagas de metralla en los campos de golf, con el fin de limpiar las armas.

Adicionalmente, en algún momento durante ese otoño, algunas bombas teutonas cayeron en el campo del Richmond Golf Club, en Surrey, cerca de Londres. Como consecuencia de ello, lejos de cerrar sus instalaciones temporalmente, como podría esperarse, los socios de dicho club privado decidieron publicar unas reglas locales temporales, que habrían de tener efecto inmediato y persistir durante el tiempo que durara la guerra.

El documento denominado  «Temporary Rules. 1940», contenía siete reglas que determinaban los pasos a seguir, en caso de que los jugadores o sus bolas en juego, fueran afectados por la presencia de aeronaves enemigas, proyectiles o sus restos, o bien por daños al terreno causados por bombardeos.

Me permito citarlas (omito comillas):

  1. Se les pide a los jugadores que recojan las esquirlas de metralla, para evitar que causen daño a las máquinas podadoras.
  2. En competencias, durante fuego de metralletas o caída de bombas, los jugadores pueden buscar refugio, sin castigo por suspender el juego.
  3. La posición de las bombas de efecto retardado (en el campo), estará marcada por banderas rojas a una distancia razonable, pero sin garantía de seguridad.
  4. Las esquirlas de metralla o de bombas en los fairways o búnkeres, que se encuentren dentro del largo de un palo en relación con la bola, pueden ser movidas sin castigo, y no habrá castigo si la remoción causa el movimiento accidental (de la bola).
  5. Una bola movida por (efectos de) acciones enemigas puede ser recolocada, o en caso de perderse o destruirse, una bola puede ser dropeada, no más cerca del hoyo, sin castigo.
  6. Una bola que descansa en un cráter puede ser levantada y dropeada no más cerca del hoyo, preservando la línea al hoyo, sin castigo.
  7. Un jugador cuyo golpe se ha visto afectado por la explosión simultánea de una bomba, puede jugar otra bola desde el mismo sitio. Castigo de un golpe.

Fin de la cita.

Las reglas no solo motivaron a los socios a continuar jugando —aún durante eventuales batallas—, sino que además se volvieron material propagandístico a favor de los habitantes del Reino Unido, pretendiendo suavizar la muy complicada situación reinante. Fue tal la difusión que se le dio a este documento, que el propio Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler, se vio impelido a señalar durante una trasmisión radial: «Por medio de estas reformas ridículas, los esnobs ingleses tratan de impresionar a la gente con una especie de fingido heroísmo. Pueden hacerlo sin peligro, pues, como todo el mundo sabe, la Fuerza Aérea alemana se dedica únicamente a la destrucción de blancos y objetivos importantes para el esfuerzo de la guerra.»

No está por demás señalar que la lavandería del Club fue destruida durante un bombardeo subsecuente.

Hasta allí esta peculiar historia.

No puedo tachar de irresponsables a los valientes británicos que decidieron continuar con su vida, a pesar de la invasión del ejército más poderoso de Europa en aquellos años. A modo de infundir ánimo entre la comunidad, se intentaba —en medida de lo posible— continuar con la rutina del día a día, y el golf no era la excepción.

En la actualidad —tiempos de relativa paz en América y Europa—, admiramos la valentía y determinación de quienes salen al campo enfundados en capas y capas de prendas ultramodernas, para protegerse del frío, la lluvia o una eventual nevada. Habríamos de imaginar el calificativo que les daríamos a quienes decidieran jugar una ronda de golf, expuestos a un beligerante ataque aéreo.

Sin duda, de todo lo que he leído acerca de la pasión por el golf, esta historia se lleva las palmas.

fdebuen@par7.mx