La llegada de los Juegos Olímpicos ha sido, desde que recuerdo, algo particularmente deseado. Como artista marcial, disfruto los torneos, los encuentros, las premiaciones y todos esos símbolos estéticos que despiertan movimientos arquetípicos. Los rituales de la humanidad relacionados con la guerra y la cacería se subliman en el juego. En su esencia, el juego es pura diversión, invita a la perseverancia y alienta el progreso.
Pero no busca el éxito en sí, sino solamente el mantener vivo y perfectible un proceso. El juego es tal vez la primera actividad en la que el niño goza con y por su cuerpo, a la vez que le mantiene un ánimo de perseverancia. Por ese y otros motivos, la terapia de juego es uno de los mejores recursos para interactuar con la subjetividad de un niño. Como deporte, el juego se convierte en una oportunidad para desarrollarse integralmente.
En esta ocasión, hablaremos de los deportes cuya atracción central es apuntar y acertar. Algunos teóricos afirman que el acto de lanzar un objeto con el propio cuerpo, permitió al hombre adquirir una verdadera condición terrestre, desarrollando un recurso para la cacería y la guerra. Es posible que algún recuerdo inconsciente persista y esto sea motivo de que tal acción nos siga resultando atractiva e interesante.
La acción de apuntar hacia un objetivo es un movimiento impulsado por el cuerpo, a su vez determinado por la conciencia. Esta conciencia alberga un deseo, una meta y el acierto depende de la voluntad del sujeto. Es en esta conciencia en esta voluntad donde se requiere entrenar cuando el trabajo técnico no es suficiente.
La enseñanza del kyudo (tiro con arco japonés) es muy semejante a los modelos de alto rendimiento estudiados por las neurociencias. La práctica de este arte-deporte, comparte semejanzas con el golf como el no contar con elementos técnicos que faciliten la puntería (como una mira), se practican sin un rival opositor (que devuelva el golpe) y en ambos se pueden diferenciar una serie de movimientos más o menos estereotipados preparatorios al tiro.
Recordemos la escena del momento en que un arquero lanzará un tiro. Por su expresión, advertimos que algo trascendente va a suceder. Un experto en estas artes convertirá las técnicas en rituales y el juego en ceremonia.
Para lograr esto, se requiere además del entrenamiento físico, una condición mental correspondiente. A esas conjugaciones entre mente y cuerpo, las llamamos estados somáticos y el experto debe saber modificarlos y adecuarlos al momento. Antes de salir al campo, el tirador requiere equilibrar su sistema nervioso autónomo. Si no lo estabiliza, pone en riesgo todo el proceso, pues entonces sus movimientos serían motivados por impulsos elementales de sobrevivencia. Para lograr esto, bastan unos 10 minutos atendiendo a su respiración con una técnica específica. Conforme se acerca al área de tiro, el jugador debe ser capaz de escindir su atención, atendiendo voluntariamente solamente aquello que resulta conveniente y desatendiendo aquello que no. Conforme se mueve el cuerpo, también se mueve su atención acompañando a cada movimiento con esmero, dándoles la misma importancia que al resto del proceso. Irá tomando nota de todas las circunstancias del medio, como la distancia que lo separa del blanco y las propiedades del arco y flecha. Ubica posición, postura y espacio. Se enfrenta entonces con los rasgos de su carácter, que se aprecian sobre todo en el aparato muscular. El yo encarna y su índole sensible y afectiva se hace notar en la postura. De nuevo la respiración acude al auxilio de disipar tensiones y alejar inquietudes.
El dominio de uno mismo se manifiesta en el pulso, el temple del cuerpo. Apuntar precisa un tiempo muerto que suspende un movimiento ya plenamente factible. Entre golpear con el bastón, soltar una flecha o jalar un gatillo discurre una fracción de tiempo que es distintiva del apuntar y no está presente en otras destrezas.
En ese justo momento, en coordinación con la respiración, la mente requiere estar libre de toda argumentación. El tirador se embebe en la situación para confiarse al tino, como producto de un hábito perceptivo-motriz que el tirador posee de antemano.
Bajo este enfoque, tanto el golf como el kyudo pueden ser experimentados como un sistema de desarrollo personal, donde cada ejecución se convierte en un espejo para observar nuestro comportamiento físico y mental y mejorar en el juego y en la vida. Alegría, enfado, inquietud, expectativa, tristeza, terror y sorpresa. Son las siete corrupciones de la mente que distingue la arquería japonesa y se corrigen con la práctica.
*Director Médico del Instituto Mexicano de Medicina Psicosomática.
institución médica especializada en el tratamiento, enseñanza e investigación de los procesos mentales sanos y patológicos.
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Dr. Alejandro Gómez Cortés
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