Hace apenas unos días, en una encuesta anónima, sus compañeros del circuito lo consideraron —junto con el inglés Ian Poulter— como los jugadores más sobrestimados del PGA Tour. Cada uno se llevó un impresionante 24% de los votos, quedando muy por arriba de los siguientes dos en la lista, Bubba Watson (12%) y Hunter Mahan (8%).
Entre Poulter y Fowler se llevaron casi la mitad de los votos, lo que significa que el concepto que se tiene de ellos es casi generalizado.
Sin embargo, ambos jugadores tienen algo en su currículum que los hace destacar entre el común de sus colegas del Tour. Aunque antes del domingo pasado, sumaban entre los dos solo tres victorias, ambos han tenido históricamente las cámaras de su lado, Poulter por sus extravagancias en el vestir y Fowler por un contrato multimillonario con la marca Puma.
Yo admito no haber criticado a Ian en ninguna forma, sino en contrario, lo he considerado siempre como uno de los mejores del mundo bajo el formato match play. A Fowler, en cambio, desde su ingreso oficial al Tour en 2010, lo veía como una imitación golfística del insoportable Justin Bieber; un jugador de grandes recursos técnicos, buena dosis de riesgo y un carisma que parece más construido a partir de los expertos de mercadotecnia que lo rodean, pero suficientemente efectivo como para posicionarse como el ídolo indiscutible entre la población teen de los Estados Unidos.
En sus inicios consiguió el segundo lugar en el Frys.com Open de 2009 y otro top-ten, lo que le abrió la puerta para jugar el resto de la temporada, sin éxito. Obtuvo dos segundos y un tercero en 2010, y un segundo en 2011. Fue hasta 2012 cuando consiguió su primer triunfo, el Wells Fargo Championship, que ganó en muerte súbita, obteniendo adicionalmente un segundo lugar. Al año siguiente lo mejor que pudo conseguir fue un tercero.
A decir de los resultados, el nombre le estaba quedando enorme al jugador.
Pero llegó 2014 y con él, un Fowler diferente, más maduro, técnicamente evolucionado y sin miedo alguno a cualquier tipo de competencia. A pesar de no haber conseguido victorias, logró una hazaña que solo Jack Nicklaus y Tiger Woods han conseguido en la historia: terminar en el top-5 en los cuatro grand slam del año. Para un golfista que cristaliza tal objetivo, el paso a una victoria parecería mero trámite.
El triunfo le llegó a Rickie en el mejor momento posible, y pareció diseñado más por sus asesores en marketing, que por los dioses del golf. Seis bajo par en los seis últimos hoyos del reciente Players Championship, continuando con el desempate a tres hoyos y la victoria en un cuarto hoyo, con el tercer birdie en cuatro intentos en el famosísimo hoyo 17 del TPC Sawgrass.
Cuando Fowler llegó a la sala de prensa, con el horrible florero de vidrio que distingue al ganador del Players, mientras tamborileaba con los dedos en la parte alta del mismo, dijo: «Si había alguna pregunta, creo que esto de aquí —señalando al trofeo— responde cualquier cosa que ustedes necesitan saber».
Sin duda alguna, el jugador está haciendo grandes méritos para alcanzar a su nombre, pero aun con este triunfo, está todavía por debajo.
Ahora bien, este gran torneo fue solamente su segunda victoria y le faltan años luz de logros para pasar a las páginas áureas de la historia del golf.
Por lo pronto, Rickie Fowler podrá seguir gozando de sus contratos multimillonarios, de su popularidad de rockstar, de sus automóviles lujosos —un Porsche GT3RS, entre algunos otros—, de su escultural novia, la modelo Alexis Randock, y de sus 1.8 millones de dólares ganados, tras cuatro días de arduo trabajo.
¿Habrá llegado su tiempo? Eso lo veremos en unos días más, durante el U.S. Open, que inicia en poco más de un mes.
No creo que en la próxima encuesta aparezca el nombre de Rickie Fowler a la cabeza de los golfistas sobrestimados del PGA Tour.
fdebuen@par7.mx |
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