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¿Es saludable el golf?

Fernando de Buen




Nada nos hace sentir mejor a los golfistas, que mencionar que nuestro golf del fin de semana, es una fuente inagotable de salud y bienestar para el cuerpo y el espíritu. Sin embargo, detrás de esta encantadora presunción, subyace una verdad que echa por tierra tal premisa, al menos para quienes estamos acostumbrados a jugar golf en este bendito país.
Para ejemplificar lo anterior, les comparto mi propia rutina y la de mis amigos, los sábados en el incomparable Vallescondido:

Tras una buena desvelada del viernes por la noche y dormir más o menos cinco horas, el despertador suena cerca de las 7 A.M. y, tras pedirle clemencia y un aplazamiento de 10 minutos, me levanto de la cama y me meto bajo la regadera para una ducha con la doble función de asearme y terminar de despertar. Después de las abluciones de rigor, reviso una vez más la maleta para el cambio de ropa y demás implementos,  y subo al coche para lanzarme hasta el club.

Llego a mi destino, me calzo los zapatos de golf, me sirvo un expresso doble y corro a la práctica para una rutina mal llevada, con prisa para golpear algunas bolas con tres o cuatro palos y, si hay tiempo, un poco de putting green.

Bajo al Snack, donde mis amigos ya se metieron entre pecho y espalda una concha, una oreja o una campechana, junto con el café o el jugo de la mañana. Todos estamos listos para iniciar la ronda, cerca de las 9 A.M.

Tras los primeros nueve hoyos, es tiempo de desayunar, que lo anterior fue un simple tentempié. Mary, que nos conoce a todos, sabe quién pedirá dos tacos de maciza con cuerito, quién de barbacoa y quién se conformará con unos huevos rancheros, acompañados de frijoles refritos. Después vendrá una concha con mantequilla o cualquier otra pieza de pan dulce. Las más de las veces, una buena cerveza. Por allí se ven unos cuantos sanos que piden un jugo y un plato de frutas, en vez de los deliciosos tacos.

Después de esa gloriosa media hora, vamos por los segundos nueve pero, al llegar al refugio del hoyo 13, parte del grupo decide que es tiempo de glorificar a Baco y catar alguno de sus elíxires. El proceso podría repetirse en ese mismo refugio, al terminar el 16.

Para estas alturas, quienes son fumadores —afortunadamente no me incluyo entre ellos desde hace casi siete años— ya le obsequiaron a sus pulmones entre 5 y 10 cigarros y, quienes fuman puro ya encendieron el primero.

Concluye la ronda y es tiempo de bajarse del carro, que olvidé mencionar que salvo contadas excepciones, el grupo juega sobre cuatro ruedas, reduciendo la caminata a los tramos de ida y vuelta entre los caminos y la bola.

Llega entonces el momento del Hoyo 19. Junto con la revisión de apuestas, el repaso del anecdotario y la burla hacia el perdedor de la ronda, nos acompañan una o dos copas por cráneo, mismas que son escanciadas con cierta velocidad, para proceder a la despedida, pues unos salen corriendo para alcanzar a la familia y otros esperan a los suyos para compartir los alimentos en el restaurante del club. Unos más se quedan para el dominó.
Hasta allí dejamos la crónica de nuestro golf sabatino.

¿Cuál fue el resultado en términos de salud?

Pues bien, considerando un nivel de consumo bajo —una pieza de pan dulce, café o jugo, una cerveza, una cuba o whisky, dos tacos y algo de botana— y uno alto —el doble de cada cosa, excepto los tacos y el jugo—, obtendríamos que el golfista discreto digirió poco más de mil calorías, mientras que el de buen diente consumió entre 1600 y 1900. A quienes optaron por jugo y fruta en vez de la taquiza, es una pena mencionarles que apenas se ahorraron unas 30 calorías.

Para contrarrestar, ¿cuántas calorías quemaron durante la ronda? Si hicieron el recorrido en carro de golf, probablemente no hayan llegado a 150, mientras que los caminantes pudieron alcanzar las 500, suponiendo que no se subieron al vehículo en ningún momento.

Con esto, queda claro que consumimos muchísimas más de las calorías que quemamos en el golf de fin de semana.

¿Podemos acaso presumir que se trata de una rutina promotora de la salud? Bueno, cabe decir que esto es mucho mejor que quedarse en casa viendo televisión, pero tanto como muy saludable, está claro que no es el caso.

¡Pero podemos volverlo saludable! ¿Se puede lograr eso sin sacrificios?

Yo digo que sí y, con las reservas del caso, van algunas recomendaciones.

Antes que nada, debemos enterarnos de nuestro estado de salud. Hará falta la visita al médico, llevar a cabo los estudios que nos señale y, a partir de los resultados, atender al pie de la letra sus indicaciones.

Algunos no dormimos el tiempo suficiente, pero no denotamos cansancio, debido a que estamos sumergidos en un nivel de estrés que nos mantiene alertas cuando deberíamos dedicarle más horas al sueño y al reposo. Dormir cuatro o cinco horas antes de una ronda es todo menos sano. Nuestro corazón estará profundamente agradecido si le damos más tiempo de calidad.

¿Es el golf un descanso para la mente? También existe la creencia general que así es, pero me consta que para muchos, es una fuente de ansiedad inagotable. Si queremos jugar por salud —aparte de competir—, es recomendable aligerar la carga emocional de nuestra participación; dicho en otras palabras, ¡bajarle a la pasión... o la apuesta!

Valdría la pena pensar en nuestro acondicionamiento físico. Para quienes tenemos más historia que futuro, es indispensable prepararnos para la degradación progresiva de nuestra piel, huesos y el resto del organismo. Más allá de las desagradables sorpresas que puede atraer un evento inesperado de salud, en nosotros está la posibilidad de pelear contra la vejez y complicar su progreso con base en una dieta medianamente saludable —nada de llegar a los extremos— y eso sí, constancia en el ejercicio (queridos médicos extremistas: por favor, hagan como que no leyeron este párrafo).

Algo muy recomendable es bajarnos de una vez por todas del carro de golf, para que al llegar la hora del taco y la cerveza, al menos hayamos quemado algunas de las calorías que a través de estas delicias recuperaremos. Si a ello le sumamos caminatas matutinas entre semana, algo de bicicleta, elíptica u otros ejercicios cardiovasculares, sin duda, le daremos una férrea batalla al insobornable Cronos y llegaremos mejor preparados para la ingesta sabatina.

¿Se trata, en concreto, de reducir el consumo tan placentero de los sábados? Definitivamente no, eso sería muy cruel. Podríamos intentar, acaso, evitar el pan dulce de la mañana y tomar solamente café, o pasar por alto la primera copa y limitarnos a la segunda, o mejor aún, esperar al Hoyo 19.

Lo cierto es que el ejercicio es el mejor aliado del exceso sabatino, pero no debemos limitarnos a caminar en el campo de golf. Siempre será más saludable y motivante tener rutinas aeróbicas para cada día de la semana o, en el peor de los casos, un día sí y uno no.

Cuando consolidemos este círculo virtuoso, la taquiza sabrá mejor que nunca. Se los garantizo.

fdebuen@par7.mx