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Llegó la Copa Ryder. ¡Que se detenga el mundo!

Fernando de Buen



Rickie Fowler e Ian Poulter

Desde las primeras líneas que escribí como articulista en temas relacionados con el golf, he sido más que insistente al mencionar que no hay un solo torneo en el mundo más emocionante que la Copa Ryder. Esta semana en Gleneagles, Escocia, se celebrará la 40ª edición de este torneo que enfrenta a los Estados Unidos contra Europa, en partidos de parejas e individuales. Hasta el momento, los americanos dominan la serie con 25 victorias, 12 derrotas y dos empates.

Pero todo eso es historia… una gloriosa historia. Desde sus inicios en 1927, hasta la edición de 1971, los encuentros se llevaban a cabo entre Estados Unidos e Inglaterra, con 21 victorias para los primeros, por solo tres de los segundos y dos empates. Cabe aclarar que el nombre de Irlanda se unió al de Gran Bretaña en 1973, pero de hecho los irlandeses del Norte ya competían en el equipo desde 1947 y los de la República de Irlanda desde 1953.

A sugerencia de Jack Nicklaus, con el ánimo de salvar a la competencia y hacerla más reñida, a partir de 1979, la historia comenzaría a cambiar, gracias a la inclusión de jugadores del continente europeo. Los primeros fueron dos españoles que le dieron un nuevo rostro al conjunto: Severiano Ballesteros y Antonio Garrido. Si bien esta edición y las dos subsecuentes también fueron para la escuadra yanqui, la tendencia cambiaría radicalmente y, desde entonces, tras 17 encuentros, los europeos han ganado en nueve ocasiones, por siete de los estadounidenses y un empate.

En cada campeonato se disputan 28 puntos, repartidos en cuatro jornadas celebradas en dos días de partidos por parejas, más una final de matches individuales. El viernes 26 por la mañana, se disputarán los primeros cuatro partidos bajo el formato de mejor bola (fourball) y por la tarde habrá otros cuatro a bola alternada (foursome). En estas jornadas, cada pareja es definida por el capitán respectivo, sin la obligación de que participen todos los jugadores. El sábado 27 se pelearán otros ocho puntos en formatos similares; finalmente, el domingo hay 12 partidos individuales, donde compiten todos los jugadores.

Si el equipo que ganó la edición anterior —en ese caso Europa— alcanza los 14 puntos, retendrá la Copa; Estados Unidos necesita 14½ para recuperarla. Antes de cada edición, es común ver fluir las estadísticas que, en esta ocasión, le dan a los Estados Unidos el extraño rol de no-favoritos, ya que en el ranking mundial los números aventajan a los de casa. Lo cierto es que lo único atinado de las estadísticas en eventos como éste —donde la bandera es más importante que la cartera—, es que no pueden ser tomadas en cuenta para definir a un ganador; ¡vamos!, ni siquiera a un claro favorito.

La historia nos ha demostrado en innumerables ocasiones que un putt embocado en el momento clave, puede definir un partido aparentemente perdido en favor del ejecutante y, provocar ánimos y desánimos en el resto de los participantes en el campo de golf. En pocas palabras, el aspecto psicológico en este torneo tiene un significado que supera por mucho al promedio de fairways, greens en regulación y putts.

El anecdotario de este certamen bianual es tan grande que no alcanzarían varios artículos como este para narrar siquiera los más importantes. La historia nos ha mostrado actos de un deportivismo sin igual —la concesión del putt de Jack Nicklaus a Tony Jacklin en 1969, después de haber embocado su putt, marcando el primer empate de la historia—, duelos encarnizados entre Severiano Ballesteros y Paul Azinger en 1989 y 1991 —donde cada uno dijo pestes de su contrario y ambos se acusaron de quebrantar las reglas—; el polémico final en Brookline, Massachussetts, donde varios jugadores y esposas de los locales salieron corriendo para felicitar a Justin Leonard por un increíble putt embocado desde 45 pies, cruzando el green y deteniendo el juego, sin pensar siquiera que su rival, el español José María Olazábal no había tirado su putt para intentar empatarlo; o victorias sin precedentes, como la del inglés Ian Poulter, quien cerró con cinco birdies consecutivos para ganar un partido que llevaban perdido él y su pareja, Rory McIlroy —por 2 abajo y 6 por jugar— dándole a su equipo un punto mágico que, a pesar de la desventaja de 10 a 6 tras la jornada, levantaría el ánimo de los europeos y los llevaría a ganar la Copa en los individuales, obteniendo 8½ puntos de 12 posibles.

Gran parte de los resultados dependerá de dos personas: los capitanes de cada equipo. Tom Watson —viejo lobo de mar y ganador como capitán en 1993— y el irlandés Paul McGinley, quien debutará este año como mandamás de los del viejo continente. Adivinar la estrategia del rival y superarla con la propia, es la consigna. Ya veremos. Llegó el tiempo de la Ryder y de darnos algunas horas para disfrutar de la mejor competencia golfística del orbe. Es tiempo de entender el espíritu del golf en sus orígenes —el match play— y el deportivismo por encima del apasionamiento; el tiempo de ver el único torneo profesional donde los protagonistas no cobran un solo centavo por participar, y aun así dan lo que sea por un puesto en el equipo; es tiempo de gozar muchas horas de golf.

No puedo evitar mis preferencias de siempre: ¡Viva Europa!

fdebuen@par7.mx