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¿A quién le interesa el LPGA Tour?

Fernando de Buen



Stacy Lewis y Yani Tseng

Decir que en México hay un desinterés general por lo que sucede en el LPGA Tour, a excepción de las actuaciones de Alejandra Llaneza, no es sorpresivo para nadie. Desde el retiro de Lorena Ochoa, en abril de 2010, el circuito femenil parece un terreno plano y desértico, donde apenas unos destellos nos hacen voltear para ver lo que allí sucede.

Desde luego, la ausencia de la tapatía le dio al traste al muy importante avance que estaba teniendo el golf femenil en nuestro país. De llegar a tener hasta tres torneos del calendario de este circuito cada año, hoy solo queda el de la propia Lorena, donde podemos ver un golf de gran calidad, pero ninguna emoción que corra por nuestras venas, pues Ochoa ya no tiene ni remotamente el nivel competitivo de antes —si es que juega—, mientras que el resto de las mexicanas a las que suele invitar a este torneo de elite, son aplastadas inmisericordemente.

Pero este efecto desolador no solo se da en México, sino también en el resto del mundo, con excepción, quizás, del continente asiático, cuyas jugadoras dominan a placer la escena mundial.

El problema parece ser, lo he dicho antes, que estas jugadoras provenientes de Corea del Sur, Taiwán, China, Japón y algunos otros países, no concuerdan con lo que la mayoría del público estadounidense espera —en términos de comportamiento social y hasta de estética — de una deportista de clase mundial. Del tema de la belleza, solo diré que los estándares con los que suelen comulgar las sociedades occidentales, no coinciden con los de las mejores jugadoras asiáticas, quienes tampoco parecen preocuparse demasiado por el tema, lo que me parece muy respetable, pero resulta poco productivo en términos de promoción de imagen

Si a la falta de atractivo visual le sumamos lo complicado que les resulta a los angloparlantes memorizar y decir los nombres de muchas de estas jugadoras, el asunto es aún menos favorecedor.

No olvidemos que la popularidad es un bien que puede adquirirse con dinero —mucho dinero, debo aclarar—, y que el triunfo de una jugadora atractiva y simpática resulta más positivo en términos de ratings y patrocinios, que el de una que no lo es. Espero que no me tachen de misógino, pero esta es una verdad tan grande como un océano.

Permítanme un ejemplo:

Hace ya algunos años, el tenis femenil vivió esta situación, hasta que un poco de glamour y acondicionamiento físico le regresaron al deporte la popularidad que había perdido, desde los tiempos de Chris Evert, Monica Seles, Steffi Graf y sus contemporáneas. Al día de hoy, ello ha provocado un rating abrumadoramente más alto, y sus jugadoras obtienen beneficios mucho más sustanciosos.

Uno de los puntos de comparación que valdría la pena tratar aquí, son las redes sociales. La mejor golfista en los rankings, la estadounidense Stacy Lewis —una americana promedio, en términos de su apariencia física, digo yo— cuenta con poco más de 26,500 seguidores en Twitter. Dos jugadoras que están por debajo de ella en nivel de juego, pero gozan de popularidad, comprobada belleza y gran simpatía, la superan por mucho; Paula Creamer es seguida por más de 179 mil, mientras que Brittany Lincicome cuenta con 59,600 seguidores. En contraste, la coreana Inbee Park aún no llega a los 5 mil y la taiwanesa Yani Tseng apenas supera los 18,300. La australiana Karrie Webb, quien no se distingue por su simpatía, apenas supera los 5400. Las tres fueron número 1 del mundo.

Ahora bien, ¿qué pasa con las mejores tenistas del planeta? Muy fácil, Serena Williams tiene 4.3 millones de followers, María Sharapova 1.23 millones y Caroline Wozniacki, la ex de Rory McIlroy, 683 mil. ¡Una pequeña diferencia!, diría yo.

No hay tanto misterio. El día que la belleza entró por la puerta del tenis femenil, los fanáticos del sexo masculino se sumaron por millones. ¿Ha pasado esto con el golf femenil? Desafortunadamente no.

En mi opinión, si una golfista como Michelle Wie (162 mil seguidores) hubiera cumplido con las expectativas que se tuvieron de ella cuando se convirtió en profesional, la historia habría sido muy diferente en términos de difusión y, probablemente la hawaiana sería un inobjetable símbolo del golf femenil, en términos de calidad y atractivo. Sería el mismo caso si Creamer hubiese llegado al número 1.

Ante el efecto que habría causado bajo estas circunstancias, muchas otras estarían hoy siguiendo el ejemplo.

Los propios golfistas del PGA Tour han demostrado un particular interés en el cuidado de su apariencia física, pues saben que eso atrae popularidad y, por lo tanto, muchos billetes verdes. Sin dejar de mencionar a Tiger Woods, quien cuenta con poco más de 4 millones de seguidores, que a Rory lo leen casi 2.1 millones y a Rickie Fowler 788 mil —a pesar de tener una sola victoria en el circuit—, los tres cuentan con un físico que demuestra mucho trabajo de gimnasio y se visten impecablemente (aclarando que los colores de Fowler están dirigidos a golfistas adolescentes). A ellos podríamos compararlos con Jason Dufner —el excampeón del PGA Championship, y quien se distingue por su look desgarbado y sin estilo—, quien apenas cuenta con poco más de 413 mil, a pesar de grandes campañas para realzar su popularidad.

En Estados Unidos, mientras no surjan jugadoras occidentales capaces de arrebatarles a las asiáticas su inmensa hegemonía, o las asiáticas comiencen a tener interés en volverse símbolos de este deporte y actúen en consecuencia, en función de su comportamiento social y apariencia, las portadas de las revistas deportivas seguirán muy escasas de golfistas, el rating televisivo de este lado del planeta seguirá escaso y el golf profesional femenil continuará en un páramo yermo.

En México necesitamos a una jugadora que destaque en el LPGA Tour. Alejandra Llaneza va por buen camino.

Me faltó mencionar un par de detalles: en Par 7 online, si Ale no tiene una actuación destacada, la nota relativa al LPGA Tour es la menos leída del semanario. En contrario, una de las notas que más lectores registró en estos poco más de tres años, fue el triunfo de Paula Creamer en el HSBC Women’s Champions (nota que incluyó video).

fdebuen@par7.mx


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Ellas
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Stacy Lewis 26,500
Yani Tseng 18,300
Karrie Webb 5,400
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