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Entre el golf y el futbol (#no era penal)

Fernando de Buen



Imagen icónica de Arjen Robben

Reconozco que el futbol me apasiona pero, cada vez que veo a un futbolista excepcional haciendo trampa en el torneo más importante del mundo, tal como lo hiciera Maradona en el 86 contra Inglaterra —la mano de Dios—, el francés Thierry Henry hace unos años —generando una jugada de gol con la mano, lo que ayudó a su selección a calificar a la Copa del Mundo en Sudáfrica— o los teatrales saltos del neerlandés Arjen Robben —inventando penaltis para que su equipo llegara a semifinales hace unos días, en el Mundial de Brasil—, me congratulo de ser fanático del golf, deporte que no está exento de tramposos, pero que se mantiene ajeno a recurrir al engaño como una forma válida de obtener la victoria.

Aún recuerdo la cara de cínico del entrenador holandés Louis van Gaal, afirmando que las supuestas faltas inventadas por Robben efectivamente existieron, como una muestra de aprobación a la actitud ilegal de este extraordinario futbolista. No puedo imaginar al entrenador de un equipo nacional en algún campeonato mundial de golf, recomendándole a sus jugadores que hagan trampa, quitándose algún golpe, moviendo la bola o mediante cualquier otra torcedura de la honestidad.

Cada vez que alguien hace trampa en el golf para ganar un torneo, me pregunto cuál será el sabor de dicho triunfo para el jugador, o si al ver el trofeo en sus vitrinas se sentirá como un ejemplo de excelencia deportiva, o revivirá un pésimo recuerdo del día en el que renunció a sus valores para hacerse de una presea inmerecida.

Y lo peor de todo: ¿qué quedará en la memoria de los aficionados con respecto a la actuación de Arjen Robben? ¿Será más recordado por ser un extremo excepcional o un tramposo sin remedio? Pensemos en Henry, Maradona o en el árbitro Joaquín Urrea en aquel tercer partido de la final entre Pumas y América, cuando descaradamente ayudó a los de Coapa para ganar el campeonato de 1985, en una demostración indiscutible de la suciedad que entonces rodeaba al futbol mexicano.

En el golf nunca falta un Robben aquí y allá, pero con serias diferencias en lo que respecta a la imagen del deportista; mientras el delantero del Bayern München llegó a recibir alabanzas de algunos engendros de la prensa internacional —por su desarrollada capacidad entre actoral y de saltimbanqui—, en nuestro deporte nunca he visto a una organización que se sienta orgullosa o felicite a uno de sus miembros, por haber triunfado mediante actos ilegales.

Mientras que en el futbol hay casos excepcionales de jugadores que le piden al árbitro que reconsidere su decisión, cuando éste marca una falta inexistente en su favor, la regla general nos demuestra que el tramposo que simula un foul y engaña al árbitro para ganar un tiro de castigo en favor de su equipo, suele ser alabado por sus directivos y su público, que le aplauden a rabiar por haber consolidado la farsa. ¿Alguna vez hemos visto algo parecido en el golf? Al menos yo no, en poco más de tres décadas de práctica.

Ahora bien, ¿qué se puede esperar de la FIFA, cuando la honradez de la omnipotente organización ha estado en tela de juicio durante tantos años? Por allí me encontré una nota de CNN, donde la portavoz de la institución, Delia Fischer, negó al día siguiente del partido entre Holanda y México, que se tomaría alguna acción como consecuencia de la aceptación del propio Robben de haberse tirado un clavado para engañar al árbitro. La representante apuntó que solo los casos de «graves infracciones» que se hayan escapado los árbitros, se pueden sancionar después de un partido. En pocas palabras, el engaño y la actitud antideportiva, no representan faltas graves en el reglamento de futbol. Afortunadamente, en el golf sí lo son y se consideran de extrema gravedad.

Por supuesto, no puedo darme baños de pureza en favor del deporte de fairway y greens. Existe en muchas partes del mundo un cáncer que se expande peligrosamente y no es otro que la deleznable costumbre de algunos jugadores de alterar los hándicaps en su beneficio o el de su club. A pesar de los loables esfuerzos en este sentido, la enfermedad sigue creciendo y parece no haber antídoto contra ella. Sigo confiando en que algún día todos nos daremos cuenta de que ganar mediante engaños no sabe a nada, y que decidamos, de una vez por todas dejar que nuestro hándicap esté determinado por nuestro desempeño y no por favorecernos como persona o equipo.

Terminó ayer un magnífico Mundial de futbol, donde el recuerdo de grandes jugadas, de magníficos goles, de extraordinarios porteros y partidos memorables, será mucho más grande que el de los tramposos que lograron engañar a los árbitros, gremio que, por cierto quedó a deber y estuvo muy por debajo del espectáculo del torneo.

Esta semana inicia en Royal Liverpool, en Inglaterra, el Open Championship, torneo que nos obliga a recordar los orígenes de nuestro querido deporte. Será la edición 143, desde aquella primera celebrada en Prestwick, Escocia, en 1860, sentando las bases de lo que habría de ser el golf competitivo del futuro.

El nuestro es un deporte que antepone la honestidad, el respeto al adversario y a las Reglas, muy por encima del deseo de triunfo.

Y de algo estoy seguro: #noerapenal.

fdebuen@par7.mx

«Cada vez que alguien hace trampa en el golf para ganar un torneo, me pregunto cuál será el sabor de dicho triunfo para el jugador, o si al ver el trofeo en sus vitrinas se sentirá como un ejemplo de excelencia deportiva, o revivirá un pésimo recuerdo del día en el que renunció a sus valores para hacerse de una presea inmerecida.»