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Tecnología: gozo y obsolescencia

Fernando de Buen


Son innumerables las formas en las que la tecnología ha afectado al golf desde sus inicios. Debido a las características del juego, prácticamente todas sus están sujetas a los avances científicos. Como he comentado en otras ocasiones, si bien estas mejoras en las herramientas del golfista y del terreno donde juega, resultan muy positivas para reducir los efectos de la edad en profesionales veteranos o el margen de error en jugadores de hándicap medio o alto, también es cierto que para quienes regulan el juego, perder el control de estos avances, en aras de respetar la competencia entre los diferentes desarrolladores y fabricantes, podría provocar en el futuro próximo, que todos los campos que hoy conocemos se vuelvan obsoletos.

Aquí no se trata de perfeccionar las características del balón o el calzado para jugar futbol, o inventar un nuevo bate o la manopla de béisbol o la pelota y los tenis de basquetbol; en el golf son demasiados los objetos que pueden mejorar el desempeño de los jugadores por la vía de la investigación e implementación. Por mencionar solo algunos, valdría la pena pensar en bolas, palos, guantes, grips, vestimenta, geolocalización satelital, medidores ópticos, enseñanza y práctica, pero también estamos hablando de agronomía, mantenimiento del campo, de búnkeres, mesas de salida y greens.

Para entender un poco la forma en la que la tecnología afecta al golf, nos daremos una vuelta por las estadísticas del PGA Tour en cuanto a promedio de distancia con el driver, a través de una temporada.

En 1984, Bill Glasson fue líder en este departamento, promediando 276.5 yardas por cada salida medida. Diez años después, Davis Love III había incrementado la cifra hasta llegar a las 283.8 yardas; los siguientes 10 años representaron un salto exponencial en términos de distancia y Hank Kuehne consiguió en 2004 una media de 314. 4 yardas; en la actual temporada, Bubba Watson —¿quién más?— logra que su bola promedie 322 yardas con el driver. De los 168 jugadores de este circuito con drivers medidos en la presente temporada, solo uno no supera el promedio de Glasson 30 años atrás.

Se dice fácil, pero se trata de una diferencia de 45.5 yardas en tan sólo 30 años, sin dejar de lado las muchas exigencias que la USGA y la R&A han impuesto para evitar que estos números se disparen aún más.

Por supuesto, esta descomunal distancia ya ha provocado que muchos campos dejen de ser útiles para torneos en su configuración original par 72, y tengan que presentarse con hoyos par 5 convertidos en par 4. Un buen ejemplo de lo anterior es el U. S. Open, torneo que en 1992 (Pebble Beach) se jugó por última vez como par 72.

Si a cambio de las grandes diferencias en distancias viéramos un descenso notable en la precisión de estos golpes, pensaríamos en una especie de equilibrio, pero ello no ha sucedido, pues año con año, quienes lideran este departamento se mantienen alrededor del 77% de fairways encontrados.

El asunto de los drivers es, probablemente, el salto más representativo en la evolución tecnológica alrededor del golf. De aquellas maderas de caqui (persimmon) con varilla de acero, a los nuevos modelos, con las más diversas aleaciones y la posibilidad de modificarlos al gusto del ejecutante, hay una diferencia abismal. Pero también hay cambios en las ranuras de los hierros, o la redistribución del peso en éstos y en los putters, con el fin de ampliar considerablemente la zona de impacto (sweet spot) y minimizar las consecuencias negativas de un golpe descentrado.

Las bolas, por su parte, se adaptan perfectamente a las necesidades de cada golfista y marcas como Bridgestone, ya ofrecen asesoría para que un jugador sepa cuál es la bola más conveniente para su tipo de juego, dependiendo de la velocidad de impacto, el ángulo de ataque y el efecto buscado.

Gracias a las modificaciones relativamente recientes en las Reglas de Golf, ahora las competencias pueden permitir el uso de medidores ópticos de distancia o dispositivos con GPS, evitando con ello cálculos incorrectos o una buena pérdida de tiempo tratando de medir la distancia, valiéndose de medios tradicionales, como los señalamientos de 100 o 150 yardas, o los que se muestran en las tapas de los aspersores.

En el tema de la vestimenta también hay mucho que decir. Los suéteres de lana o cachemira (cashemere) parecen haber vivido ya sus últimos años y han sido sustituidos por chalecos o chaquetas ligeras, confeccionados con telas delgadísimas, que mantienen en una temperatura ideal hasta al más friolento de los golfistas, sin detrimento de sus posibilidades de movimiento durante el swing.

En fin, más allá de los sinsabores que estos avances les provocan a los organismos rectores del golf internacional, para nosotros, golfistas mortales, la tecnología es una bendición que nos permite alargar considerablemente nuestra capacidad competitiva, y nos evita una que otra frustración durante la ronda de golf. Por supuesto, la tecnología cuesta y a veces cuesta mucho. Ya el golfista decidirá si está dispuesto a invertir en ella para disfrutar un poco más de este caprichoso deporte.

La guerra entre los reguladores y los fabricantes está muy lejos de terminar, pues mientras los primeros buscan defender al juego como hoy lo conocemos, los otros buscan convertir en ventas sus avances en la manufactura de herramientas y accesorios. Sin duda, los segundos llevan las de ganar, a menos que los primeros impongan límites mucho más exigentes.

Si lo hacen, ¿le quitarían emoción al juego?

fdebuen@par7.mx


«Se dice fácil, pero se trata de una diferencia de 45.5 yardas en tan sólo 30 años, sin dejar de lado las muchas exigencias que la USGA y la R&A han impuesto para evitar que estos números se disparen aún más.»

 

 

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