Reflexiones entre un putter anclado
y los Juegos Olímpicos

Fernando de Buen

El reciente triunfo de Adam Scott en el Masters de Augusta National —más allá de hacerle justicia a este australiano extraordinario—, fue el motivo para agrandar aún más una herida que ya sangraba profusamente en los organismos que rigen al golf mundial: la prohibición del método de anclaje de los putters largos en el cuerpo. Las consecuencias podrían ser catastróficas y significar un retroceso de más de seis décadas en la evolución del golf como deporte universal.

El anuncio fue hecho público hace algunos meses por la USGA en unión con la R&A de Saint Andrews, informando que el 1° de enero de 2016 se anexaría a la Regla 14 un inciso, el 14-1b, cuyo texto prohíbe a un jugador efectuar golpes empuñando el putter, mientras lo sostiene directamente contra su cuerpo, o usando el antebrazo fijado al cuerpo, con el fin de establecer un punto indirecto de anclaje para balancear el palo.

Con el fin de permitir a personas e instituciones relacionadas con el golf opinar al respecto, se abrió una ventana de 90 días, tras la cual se llegará a una solución final. Lo que parece definitivo es que los dos organismos que determinan la evolución de las reglas de nuestro deporte, no cambiarán su opinión, a pesar de los comentarios adversos a la modificación que ya expresó el PGA Tour, entre otros.

La diferencia aquí estriba en que los intereses del combinado USGA-R&A son meramente los de conservar el espíritu del juego y evitar que la tecnología termine convirtiendo a los campos en territorios obsoletos para la práctica del golf; el PGA Tour, por su parte, no tiene otro interés que el de generar cantidades industriales de dinero, aunque en su favor debo decir que ninguna otra organización deportiva en el mundo ha donado tanto a obras de caridad; baste recordar que hace algunos años alcanzaron la increíble cifra de mil millones de dólares repartidos en beneficencia.

Aquí parece haber una doble intención por parte de quienes manejan la gira profesional de golf más importante del planeta. El hecho de que cuatro de los últimos seis majors —el grand slam de la ignominia, dirían los puristas—han sido ganados por jugadores que anclan su putter, significa que muchos golfistas amateurs, por el solo hecho de imitar a sus ídolos o por la frustración de que su juego sobre el green no funciona, recurrirán a invertir una buena cantidad de billetes verdes en la adquisición y prueba de alguno de estos extraños instrumentos. Eso, aquí y en China se llama negocio y es el principal mandamiento del golf profesional.

Mike Davis, director ejecutivo de la USGA, comentó: «No estamos haciendo esto porque digamos que (anclar) es una gran ventaja. Puede ser ventajoso para algunos, pero esto es fundamentalmente acerca de lo que pensamos que es correcto para el juego». Después añadió: «Los cambios a las Reglas son relativas al futuro del juego y nosotros fundamentalmente creemos que definir al golpe es lo correcto para el futuro». Más pragmático que su contraparte, Peter Dawson, el jefe ejecutivo de la R&A, aclaró: «Pero yo señalaría que esto no es un concurso de popularidad, no una elección. Como organismos rectores, estamos haciendo lo que pensamos es lo mejor para el juego, y esta es nuestra responsabilidad».

El punto neurálgico de este debate podría quedar definido en una declaración más de Davis: «Una de las grandes cosas acerca del golf es que todos lo juegan bajo las mismas reglas —comentó—. Ello realmente le da estructura al juego. Para aquellos que piensan que debemos bifurcarnos, yo les digo (que) no han pensado a través de las ramificaciones. Una vez que abres la caja de Pandora, esta cambiará el juego para siempre. Somos firmes en esto. La gente que quiere bifurcar no entiende lo que están pidiendo.»

No falta mucho para enterarnos si el PGA Tour se alineará con el cambio a esta Regla o decidirá autorregularse haciendo caso omiso de la misma. De actuar interponiendo sus intereses a los del propio juego, el golf regresará a los años anteriores a 1951, fecha que marcó la reunión en la cual los dos máximos organismos del golf internacional —con apoyo de otros— decidieron iniciar un esfuerzo en aras de unificar al reglamento de principio a fin. Cabe decir que tardaron décadas en lograrlo.

Podría tomar solo horas derrumbar este esfuerzo.

Si se rompe la unidad, tendríamos que preguntarnos si en los próximos juegos olímpicos de Río de Janeiro —que se celebrarán después de que la 14-1b haya entrado en efecto—, no habría un auténtico cisma derivado de un reglamento apegado a la USGA-R&A y jugadores profesionales renunciando a participar, en apoyo al organismo que los rige y en solidaridad con quienes utilizan hoy las herramientas en la forma que quedará vetada en el futuro.

De suceder así, el golf podría despedirse para siempre de la máxima justa deportiva de la humanidad. Así de importante es el asunto.

fdebuen@par7.mx