Un Masters para recordar

Fernando de Buen

Adam Scott y Ángel Cabrera.

¡Qué final!

Apenas unos meses antes, tras jugar en forma excepcional durante los primeros 68 hoyos del más reciente Open británico, Adam Scott cerró con cuatro bogeys consecutivos para terminar cediéndole el triunfo al sudafricano Ernie Els. Nobilísimo en la derrota, el australiano mencionó que vendría otra oportunidad. «En la próxima ocasión —estoy seguro que habrá una próxima ocasión— podré hacer un mejor trabajo», mencionó. Esa posibilidad se hizo presente el pasado domingo en el incomparable campo de Augusta National donde, sin duda, hizo en forma impecable lo que tenía que hacer: ganar el Masters.

Como suele suceder, el golf es un deporte muy difícil de pronosticar. Éste parecía el quinto triunfo de Tiger Woods, el primero de un recuperado Rory McIlroy, el que le haría justicia al excelente nivel de juego que están desempeñando el inglés Justin Rose o los estadounidenses Jim Furyk o Brandt Snedeker, o bien, el primero de uno de los más sobresalientes australianos en las últimas ediciones de este torneo, Jason Day.

En lugar de todos ellos, fueron otros dos jugadores, uno entre los favoritos por su posición en el ranking mundial —la 7— y, el otro, en una posición lejanísima —269—, pero campeón de este torneo en el 2009. Se trató del propio Scott y del argentino Ángel Cabrera, a quien este torneo parece inspirarlo, llevándolo a grandes alturas, cada vez que participa en él.

No vale la pena hablar del desarrollo del torneo, pues hay una nota en esta edición se encarga del caso, pero sí de aquellos ecos que han surgido alrededor de esta gloriosa celebración del torneo de Bobby Jones.

Tiger y la gran polémica de reglas
No pretendo discutir en este espacio si el procedimiento del Comité de Reglas del Torneo fue impecable en lo que a aplicación de las reglas se refiere, y les recomiendo ampliamente leer el artículo de nuestro experto Fernando Martínez Uribe, quien descifra el asunto con su muy grata sensibilidad. Lo que aquí resalto es la enorme controversia que surgió tras de que algunas voces autorizadas comentaron que la decisión había sido incorrecta y que, ante la determinación de no descalificar al californiano, éste debió auto descalificarse por iniciativa propia. No lo hizo y terminó el torneo, afortunadamente —digo yo— sin ganarlo, pues su eventual triunfo se había visto manchado por la discutible aplicación del código.

La crueldad de los dioses
«Los dioses del golf no pueden ser tan crueles con Australia», escribió Greg Norman a sus amigos, durante la ronda final del torneo. Nunca antes un australiano había ganado el Masters y el propio Tiburón había tenido cuatro oportunidades de lograrlo, especialmente aquella última en 1996, cuando desperdició una ventaja de seis golpes en la ronda final para terminar perdiendo contra el inglés Nick Faldo. Otros australianos como Jim Ferrier en 1952 y Bruce Crampton 20 años después tuvieron buenas oportunidades de ponerse el jersey verde, o el flamante campeón Adam Scott y su paisano Jason Day, quienes compartieron el segundo lugar hace dos años.

Norman estaba tan nervioso viendo la final por televisión, que decidió irse al gimnasio y regresar para ver únicamente los últimos cuatro hoyos, justo cuando tres australianos, Day, Scott y Marc Leishman estaban entre los primeros lugares. Tras vivir esta experiencia, comentó: «Yo solo puedo imaginar cómo se sintieron todos (los australianos) cuando yo jugaba».

Hoy Australia ya tiene un ganador, al menos en cada uno de los majors.

Un renovado Ángel Cabrera
¿Y dónde quedó aquel hombre serio e introvertido que nunca dejaba su semblante con el ceño fruncido, sus eventuales corajes y su evidente nerviosismo durante todas y cada una de sus rondas de golf? Seguramente al cordobés Ángel Cabrera lo influenció el espíritu del nonagenario Roberto de Vicenzo quien, sobre esos mismos terrenos, dio un ejemplo de nobleza y deportivismo que puso muy el alto el nombre del golf en el ámbito mundial.

Aún bajo enorme presión, Ángel —acompañado de su hijo del mismo nombre, quien fungió como caddie— no perdió la sonrisa, ni aún en los duros momentos de los hoyos 12 y 13, cuando cometió bogeys y perdió momentáneamente el liderato.

Su nobleza se extendió a través de toda la muerte súbita y, fue más allá, cuando le dio un abrazo franco al campeón Scott, tras éste vencerlo en el segundo hoyo de desempate. Admirable y noble en la derrota, el Pato nos legó un ejemplo de cómo debe comportarse un golfista de acuerdo con el espíritu del juego.

Conclusiones
Si bien es cierto que en tres de las últimas cinco ediciones, el resultado se ha decidido por la vía de la muerte súbita, a mí no me quedan dudas de que esta fue la más emotiva, y que me perdonen los seguidores de Bubba Watson, pero a pesar de aquel histórico golpe que desafió a la lógica y a la física, me quedo con este final.

Los protagonistas lo merecen.

fdebuen@par7.mx