La mejor Copa Ryder de mi vida

Fernando de Buen

Para Seve


«Nunca habrá una Copa Ryder como la version 39° en Medinah.»
Bill Elliott,
Editor de Golf Monthly
y presidente de la Association of Golf Writers


Domingo por la tarde. 13 puntos por bando. Quedan dos partidos en el bellísimo campo de Medinah, en Illinois. El local Steve Stricker contra el alemán Martin Kaymer, en el hoyo 18 y, cerrando el torneo Tiger Woods contra el italiano Francesco Molinari. Tras un golpe a green demasiado largo, Stricker estudia por varios minutos su putt. Lo ejecuta y se pasa 2 metros. Kaymer —quien viene 1 arriba— tiene dos putts para ganar. Tira el primero y se pasa poco más de 1 metro. La tensión alrededor del green del hoyo 18 es densa. Toca el turno al veterano estadounidense y ejecuta un perfecto putt que pone toda la presión en el germano.

Martin se prepara ejecutar el putt más importante de su vida. Por si no fuera suficiente cargar con la victoria o la derrota —pues Tiger se había puesto 1 arriba del italiano en el hoyo 17— en el torneo más importante del mundo, el teutón estaba reviviendo un momento similar al que 21 años atrás vivió su paisano Bernhard Langer en el último partido de la edición de 1991, quien falló su intento, cediendo con ello la Copa a los estadounidenses.

Golpea y atina. ¡Europa retiene la Ryder ¡ Sacude los brazos en celebración y corre hacia el español Sergio García, saltando para abrazarlo. La algarabía de los europeos —con el inconfundible «olé, olé, olé» como música de fondo— contrastaba con los rostros petrificados de los jugadores, capitanes y público de los Estados Unidos, que aún no entendía cómo pudieron dejar ir la victoria.

Pocos minutos después, ante una terrible falla de Tiger en un corto putt —y no sin su gentil concesión posterior del putt de su oponente— concluía el último de los 12 partidos individuales, el único que terminó empatado.

La poderosa docena yanqui llegaba a los partidos individuales con cuatro puntos de ventaja, producto de una buena estrategia de su capitán Davis Love III —también llamado DL3—, quien después cometería un pecado que habría de costarle caro: repetir por tercera ocasión a una pareja que cargaba con dos derrotas en los días previos: Stricker y Woods, a quienes además les encargó el peso de los dos últimos matches, pensando quizá que sus puntos ya no serían necesarios para asegurar la victoria de los rojos.

El veterano Phil Mickelson y el novato Keegan Bradley eran el ejemplo perfecto de una pareja bien elegida: el viernes por la mañana vencieron por 4 y 3 en foursomes a Luke Donald y Sergio García; esa misma tarde dieron cuenta de Rory McIlroy y Graeme McDowell por 2 y 1 en fourball y, el sábado temprano hicieron cera y pabilo de los ingleses Donald y Lee Westwood, con marcador de 7 y 6.

El sábado por la tarde, con el marcador adverso de 10 puntos contra 4 y dos partidos aún en la cancha —uno con marcador favorable para los de casa— el panorama para los del viejo continente se veía muy oscuro. Luke Donald y Sergio García vencieron a Woods y Stricker para el 10 a 5 y después llegó el primer milagro: haciendo pareja con Rory McIlroy, Ian Poulter —el jugador a quien debe considerarse como el mejor del mundo bajo el sistema de match play— cerró con cinco birdies consecutivos para darle la vuelta al marcador y vencer por la mínima diferencia, a la dura pareja conformada por Jason Dufner y Zach Johnson.

Aún así, los de barras y estrellas tenían dominado el panorama y superaban ampliamente sus visitantes por 10 puntos a 6. A pesar de que la historia ha registrado grandes regresos inesperados, las posibilidades de los europeos se veían francamente reducidas.

Pero si bien los locales tenían de su lado al público —de comportamiento excepcional, hay qué decirlo—, nunca pudieron contra un visitante inesperado que llegó la noche del sábado, para visitar a todos y cada uno de los azules. Les dijo que no se rindieran, que lo dieran todo, que el golf es un deporte en lo que todo puede pasar. Severiano Ballesteros regreso del más allá para imbuir a sus jugadores con su indomable espíritu; los hizo creer, les devolvió la esperanza, los guió hacia el milagro dominical.

La playera europea del domingo tenía en la manga la silueta de Seve. Seguramente llegó allí como por arte de magia.

El resto pasará a la historia como uno de los más gloriosos momentos del golf. Con ocho triunfos del lado europeo, contra tres de los locales y un empate, se escribió la historia y aquel 10 a 6 concluyó como un 14.5 a 13.5.

Podría considerarse como la más grande hazaña en la historia de Copa Ryder y es justo darle el crédito al capitán José María Olazábal, a sus asistentes y al extraordinario equipo que formaron; loas también a Davis Love III y su gente, quienes finalmente entendieron que sólo formando una masa unificada se puede ganar este campeonato, aún y cuando no fue el caso.

Pero también justo sería que el departamento estadístico de la Copa Ryder marcara una victoria más en el expediente del inmortal Seve. Sin él, es seguro que el resultado no habría sido el mismo.

Cierro mi artículo con otra cita de Bill Elliott: «Nunca más veremos algo así de nuevo. Sólo debemos ser agradecidos de que lo vimos una vez».

fdebuen@par7.mx