Reglas de golf

Y...¿qué reglas omitimos hoy?

Fernando de Buen



El fin de semana pasado terminó nuestro torneo interior en el Club de Golf Vallescondido. Un par de experiencias vividas durante las rondas de sábado y domingo, me motivaron a escribir esta columna. Ambas, por supuesto, tienen que ver con el sugerente título de la misma.

En sendos casos, se trató de jugadores que —más allá de ser compañeros del grupo en el que participé— son grandes amigos míos y cuyos nombres, por razones obvias, quedarán celosamente guardados en mi memoria. Tampoco mencionaré las faltas que cometieron, pues no tiene sentido abarcar este breve espacio con citas del libro de Reglas de Golf. Solo diré que fueron faltas flagrantes, perfectamente especificadas en el propio código de este deporte.

De lo que quiero platicarles —amigos lectores—, es de la reacción que ambos tuvieron conmigo, cuando les hice ver que el procedimiento que intentaban llevar a cabo, era incorrecto. En lugar de simplemente aceptar la evidencia y proceder consecuentemente, mis amigos tuvieron a bien expresar su descontento e incomodidad con mi presencia en el foursome. Uno de ellos, inclusive, atinó a decir que en los días anteriores no había tenido ningún problema con los participantes de su grupo y que apenas había llegado yo, cambiaron las cosas. Lo más sorprendente de todo esto, es que los dos conocen el reglamento y estaban conscientes de sus irregularidades.

Es bien sabido que el nuestro, es el reglamento más complicado de cuanto deporte se practica en el mundo. Sus 34 reglas, más los apéndices, reglas locales del campo y en ocasiones, las Condiciones de la Competencia, forman una mezcla de tratados cuya plena comprensión resulta tan difícil como el juego mismo. Por si fuera poco, las ligeras revisiones anuales y las densas correcciones cuatrienales, que efectúan los dos organismos rectores del golf mundial, la USGA y la R&A de Saint Andrews, obligan al jugador a una permanente actualización.

Como consecuencia de lo anterior, los golfistas nos hemos vuelto demasiado flexibles con la aplicación de las reglas del juego. Cada vez son menos los que buscan seguir éstas al pie de la letra, a pesar de que en la mayoría de las ocasiones, hay apuestas de por medio. ¿Saben ustedes quiénes son los únicos grupos que realmente tratan de jugar de acuerdo con los cánones? Pues precisamente los grandes apostadores, aquellos en los que un procedimiento inadecuado y sus consecuentes ventajas o desventajas, pueden causarle a algunos, una merma importante de fondos. La inmensa mayoría de las consultas que me suelen hacer en el Hoyo 19 —tras la ronda de rigor— provienen de jugadores de estas características.

Ahora bien, en este vasto universo de flexibilidades, vale la pena marcar una excepción: las damas. Al menos en mi Club, las golfistas son totalmente estrictas en el uso de las Reglas y es raro que dejen pasar una situación, sin su aplicación cabal o la consulta correspondiente.

No son pocas las ocasiones donde, tras el primer desliz reglamentario de alguno de mis compañeros —con las consecuentes y molestas discusiones—, suelo juntar al grupo y preguntarles: «¿Por qué mejor no decidimos de una vez qué reglas omitimos hoy? De esa forma todos vamos a jugar a gusto y podremos evitar una amarga ronda». Es allí donde a falta de respuestas, la flexibilidad se transforma en una rígida vara para medir por igual, a todos los participantes.

En el golf, a falta de un árbitro que conduzca la competencia, son los propios jugadores quienes se encargan de la vigilancia de sus compañeros de grupo. A veces es por desconocimiento, pero en otras —y no son pocas— pasan por inadvertidas las faltas de sus contrapartes, con el único fin de evitarse un mal rato, aunque ello conlleve su propio perjuicio en las cuentas finales. Quizá también lo hacen por esperar a cambio, una reacción semejante de éstos, cuando ellos mismos se vean afectados.

Lo peor de todo esto —tratándose de una competencia oficial—, es que este comportamiento no solo afecta a los miembros del grupo que, a final de cuentas, logran equilibrar la frágil balanza con base en concesiones mutuas. Tal vez pasan por alto que sus propias irregularidades perjudican por igual a toda la categoría. Aún no conozco a algún golfista que se haya mostrado conforme al enterarse de que otro grupo hizo trampa en determinada ronda.

La consecuencia de la falta de aplicación de un criterio estricto, o al menos concertado, suele provocar conflictos entre los jugadores involucrados, que en ocasiones trascienden al campo de juego y llegan a volverse irreconciliables.

La situación es muy simple: si desde hace poco más de dos y medio siglos (1744) se han venido estudiando las Reglas de Golf, es de esperarse que éstas funcionen adecuadamente. ¿Para que intentar despreciarlas si es inevitable que en tal proceso habrá beneficiados y perjudicados? Mejor regresémosle al juego la gentileza que lo identifica y dejemos que el propio libro de Reglas de Golf, sea el juez implacable que determine los procedimientos que —como todos sabemos— están basados en un solo concepto: equidad.

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