La semana que acaba de concluir, en dos diferentes giras del mundo, LPGA y Tour Europeo, se llevaron a cabo sendos torneos bajo juego por hoyos —match play—, un sistema que nos resulta muy común a los jugadores de fin de semana, pero que en el mundo profesional tiene pocos eventos.
La posibilidad de ver a dos jugadores compitiendo contra sí mismos y no con el único fin de vencer al campo, abre un abanico de diferencias en la forma de confrontar el encuentro, que no resulta difícil que un partido se vuelva apoteósico, aun y cuando en la tarjeta no abunden los birdies y las águilas.
Si bien en el stroke play —juego por golpes— el campo de golf es el objetivo de la batalla, en match play es tan solo el terreno donde esta se lleva a cabo. El juego es entre dos oponentes cuya única meta es tirar menos que su contraparte en cada hoyo y, en aras de conseguirlo, deben prepararse desarrollando una estrategia diferente para cada rival en turno. Valga la comparación, pero en este sentido podría compararse al juego por hoyos con un combate de box, donde de poco sirven las cualidades del pugilista si no tiene estudiado a su rival a la perfección y descubre sus puntos débiles.
Otra de las incomparables ventajas que nos ofrece este ancestral sistema es la posibilidad de jugarlo en parejas con no pocas variantes. Allí están como ejemplos incomparables las Copas Ryder y Presidents, para mi gusto las más emocionantes competencias del calendario internacional de golf, donde se combinan los juegos a bola baja o foursome —donde cuenta la mejor puntuación de la pareja en cada hoyo—, la bola alternada, fourball —donde un miembro de la pareja juega la bola desde el punto donde su compañero la dejó— y los partidos individuales.
También al tratarse de una competencia entre dos individuos o parejas —sin afectar al resto de los competidores—, las Reglas son pródigas y buscan impedir hasta donde es posible, que el juego sea interrumpido, permitiendo en muchos casos que su aplicación se supedite a la decisión del golfista afectado. Después de todo, es bajo este método sobre el que descansa en gran medida la nobleza del juego.
Muchos quisiéramos que año con año se celebraran más torneos bajo este método, pues resultan mucho más emotivos que los jugados bajo juego por golpes; sin embargo, al menos en el mundo de la televisión esto no sucederá muy a menudo, ya que, desafortunadamente, el match play —sobre todo en las últimas etapas de un torneo— presenta diversos inconvenientes; por una parte, al reducirse el número de competidores se minimizan también las posibilidades de garantizar el espectáculo, a la vez que se amplían progresivamente los espacios entre golpe y golpe, haciendo que una final sea difícil de transmitir. No debemos olvidar que si bien el número de jugadores se reduce a la mitad tras cada etapa, el tiempo de juego —y de transmisión— prácticamente se conserva igual. Todo esto sin mencionar la posibilidad de que los finalistas no cuenten con una fama arrolladora, lo que también podría afectar al rating televisivo.
Así las cosas, seguirán siendo pocas las oportunidades de ver golf profesional bajo juego por hoyos, pero eso será siempre culpa de la televisión. Para muchos de nosotros, el match play —juego por hoyos— guarda la más pura esencia del golf como competencia.
fdebuen@par7.mx
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