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Este 2012 parece ser un año prometedor para el golf mexicano. La internacionalización de algunos de nuestros jugadores supera las expectativas que teníamos de ellos hace un año. Tanya, Sophia, el Camarón, Fraustro, Inman y Óscar Serna han logrado superar los muros para colocarse o reafirmarse en giras internacionales.
Habrá mexicanas en Europa, Asia y América, a través del LPGA Tour y más mexicanos en Canadá y Latinoamérica, mediante su participación en diferentes giras internacionales.
En el análisis, más allá de la estupenda actuación de José de Jesús Rodríguez en el Canadian Tour, obteniendo la orden al mérito (lista de ganancias) y, por tanto, convertirse en el mejor jugador de dicha gira, no es lógico esperar triunfos internacionales, pero sí la consolidación de quienes tendrán la oportunidad de competir en niveles superiores de golf. Me encantaría que Tanya Dergal o Sophia Sheridan ganaran un torneo, pero me harían feliz si consiguieran uno o dos top-ten cada una y aseguraran credenciales con plenos privilegios para el año siguiente.
En el caso de los varones, sí esperaría uno o más campeonatos de mexicanos en el Tour Canadiense, pero también buenas actuaciones —acaso victorias— en el próximo a ser inaugurado PGA Latinoamérica. Su ejemplo y la esperanza de que consigan buen dinero en sus respectivas temporadas será el mejor aliciente para que otros intenten superarse cada día y lleguen aún con más fuerza a las giras internacionales en años subsecuentes.
En concreto, estamos viendo en giras profesionales a jugadores que si bien tienen madera para llegar lejos, también está claro que el grado de dificultad que enfrentan está más allá de los puros deseos de ser mejores. Después de todo, cuando la mayoría de ellos eran niños o no nacían aún, los dos triunfos del gran Víctor Regalado en el PGA Tour ya eran cosa del pasado y se desarrollaron en un ámbito que nunca más le reportó victorias a nuestro país en aquella gira. En concreto, esta es una generación de jugadores donde el primer lugar va de lo excepcional a lo imposible.
Así las cosas, si logran alcanzar la meta de volverse ganadores, nuestra alegría será completa, pero también nuestra sorpresa. De allí el gran mérito del Camarón irapuatense en Canadá.
En las generaciones venideras —en cambio— estamos ante una niñez y juventud que entendieron a la victoria como parte de un proceso evolutivo y vieron a una excepcional mexicana conseguirla con gran naturalidad. Al ver a Lorena Ochoa ganar torneos y volverse la mejor del mundo, simplemente creyeron que eso era posible.
Entre ellas está la mejor golfista amateur de nuestro país, Marijosse Navarro, quien a los 13 años ganó el Nacional de Aficionadas y este año, con 15 de edad, lo volvió a ganar. Marijosse simplemente cree que puede llegar más lejos y sus resultados así lo indican;, aunque claro está, detrás de ella, están sus padres, quienes han sido guías, entrenadores y se han propuesto —eso lo digo yo—crear a una máquina implacable de jugar golf, como alguna vez Earl Woods forjó a Tiger. No hay queja, pues Tiger disfrutó esa preparación y Marijosse —aunque algo más nerviosa que el californiano– parece también regocijarse con ella.
Como nuestra joven estrella, otros jóvenes y niños disfrutan hoy del golf y lo practican con fines competitivos, pero ven al triunfo como algo tangible, pero saben y entienden que demanda un esfuerzo muy especial. Si siguen por ese camino, no hay duda de que en unos años más podremos vivir el ejemplo de Corea del Sur o Sudáfrica, países con cerca de 50 millones de habitantes, pero con cientos de triunfos internacionales en las giras más importantes del golf profesional.
Lo de las jugadoras coreanas ha sido un ejemplo de aprendizaje que podría rayar en la explotación infantil, pero los sudafricanos, en cambio, vieron a sus antecesores ganar y simplemente creyeron que podían seguirlo haciendo.
Como decía aquel comercial: cuestión de enfoques.
fdebuen@par7.mx
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