Eduardo Guillén |
Nota indispensable a modo de prólogo: Cuando escribí este artículo para nuestra versión digital (Par 7 Online semanal, n° 14, del 17 de octubre, en: http://www.par7.mx/p7ow/p7ow-111017/), Eduardo Guillén —nuestro querido Guillo— esperaba a la muerte con gallardía, sabiendo que no había en su futuro inmediato más camino que ese. Se preparó a conciencia, resolvió sus pendientes y, finalmente, partió tranquilo en la madrugada del pasado 7 de noviembre. Algunos de nuestros comunes amigos me han comentado acerca de la lectura del texto y me pidieron que lo reprodujera a raíz de su fallecimiento. Lo hago con muchísimo cariño y respeto a mi querido Lalo, pero también como un homenaje a su memoria.
¡Descansa en paz, querido amigo!
En México el periodismo especializado en golf es demasiado pequeño. Algunos llegamos aquí de rebote y fuimos antes golfistas que periodistas, otros comenzaron en forma inversa, algunos más no han cruzado todavía el umbral y se han mantenido escribiendo sobre el deporte sin practicarlo.
Mi amigo Eduardo Guillén Sandoval es de los que se hicieron golfistas apasionados, casi al tiempo que descubrieron su vocación por las notas periodísticas. El buen Guillo —como muchos de sus amigos le decimos—, más allá de un golf que no tiene mucho que enseñarle a Tiger Woods, nos mostró siempre una curiosidad casi enfermiza por las cosas que rodean al juego. Estuvo en el Comité de Reglas de AGVM, aprendió a organizar torneos en los años que trabajó con Paco Lavat en Championship Management Company, y vaya que le dio buen uso a su conocimiento, pues a él y a su socio Esteban Galván les debemos la maravillosa Gira de Caddies Caddie hoy, mañana Pro; docto en los idiomas inglés y alemán (desconozco si algún otro), tradicionalmente fue el dueño absoluto de la traducción simultánea de todas las conferencias de prensa que tuvieron como entrevistado a un angloparlante. Y aún disconforme por no acabar de encontrar en el golf su modus vivendi, desde hace algunos años se entrometió como solo él sabe hacerlo, en el LPGA Tour, la AMFG (Asociación Mexicana Femenil de Golf), en la organización del Abierto Mexicano por algunos años y, más recientemente en la propia FMG (Federación Mexicana de Golf), siempre como el encargado de prensa, siempre frente a una laptop, siempre amble y… siempre refunfuñando. En Par 7 fue un colaborador consuetudinario y muchas de las notas que aparecieron por espacio de más de dos años —aún sin su firma—, fueron de su autoría. Antes de hacerlo con nosotros, estuvo en la revista Birdie, colaboró con Golf Total, fundó su propia revista —desafortunadamente efímera— GZC (Golf Zona Centro) y seguramente aportó su conocimiento en algunas publicaciones más, que pasadas las cuatro de la mañana del domingo 16 de octubre escapan de mi memoria.
Así el Guillo encontró su sitio en el golf mexicano y hoy es un referente del mismo. Ya no podemos imaginar a un salón de prensa sin su presencia y cuando no está él, inevitablemente lo extrañamos. Finalmente encontró su veta en esta complicada mina y logró hacer del golf un medio de subsistencia.
Hoy, con profunda tristeza —paradójicamente— veo al mejor Guillo que he podido conocer en mi vida. Eduardo lucha desde hace algunas semanas contra un cáncer que ha poseído gran parte de su cuerpo, pero ni un ápice de ese enorme corazón que esconde bajo su inconfundible y abultado vientre. Sangre taurina sigue corriendo por sus venas y, tras cada latido, nos dice que lo que Dios disponga para su vida será bienvenido y aceptado con resignación y valentía. Su fortaleza —aumentada en grado superlativo por la presencia solidaria de sus tres hermosas hijas, residentes en los Estados Unidos—, nos motiva a quienes lo hemos visitado en fecha reciente, en lugar de ser nosotros quienes lo fortalecemos a él. Al parecer, el señor de los designios necesita a un comunicador que nos mande la nota de los torneos celestiales y ha pensado en él por su simpatía, su don de gentes, su inteligencia y un incansable amor por su trabajo.
Pero para nuestra fortuna este Guillo es terco como una mula y aún con todo en contra, nos sigue demostrando que a pesar de que su horizonte se vislumbra cercano, él no se deja vencer. Se da el lujo de mandarnos notas a sus amigos —orgullosamente amigos— indicándonos los pormenores de su enfermedad en correos electrónicos que no están exentos de su elegante humor y de la broma fácil e inteligente. La entereza de sus palabras nos consuela, pero su estado de salud nos arruga el alma. Si él es el elegido que así sea —pensará—, pero se pondrá sus moños hasta el último día, pues sabe que sus bonos están muy cotizados en aquellos lares. De algo estamos seguros: cuando así suceda, ingresará con la frente en alto y por la puerta grande.
Me consuela saber que hoy, más que nunca, Eduardo está en paz con Dios y con la vida. El tiempo apremia, pero rodeado de quienes más quiere, este taurómaco apasionado observa el correr de los segundos a su lado y los deja pasar con displicencia y porte, como el torero que concluye una tanda monumental con el pase del desdén y mirando arriba, solo en preparación para la siguiente serie de muletazos.
Pañuelos blancos, querido Guillo, por tu honestidad y tu franqueza, valores inestimables en cualquier ser humano; pañuelos blancos por tu gallardía, tu valentía y tu inteligencia, a prueba del más duro de los trances; pañuelos blancos porque los mereces, porque te queremos y porque sabemos que tu amistad está plasmada en nuestros corazones; pañuelos blancos, señor Guillén, porque finalmente lograste forjar una vida alrededor del deporte que te fascina y porque cuando nos vayamos todos, habrás dejado un legado inestimable. Un gremio esencial de nuestro golf, sus caddies —siempre al lado de la propia historia del juego y los forjadores del golf profesional de este país—, sabrán quiénes derrumbaron un muro casi infranqueable y pusieron en su sitio una puerta amplia, accesible y siempre abierta a un futuro promisorio.
Gracias, amigo mío, ¡muchas gracias!
fdebuen@par7.mx
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