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La importancia de seguir siendo Tiger

Fernando de Buen

Tiger Woods

Desde que Tiger Woods llegó al golf profesional y se colocó en muy poco tiempo como líder indiscutible de este deporte a nivel mundial, me declaré abiertamente enemigo de las hegemonías. Me parecía sensacional que hubiera un líder indomable en este competido mundo, pero no así el que ganara tantos torneos, al grado de que su sola presencia infundiera auténtico terror entre sus contendientes.

Ese imponente tigre que acaparó la escena mundial, llevando al golf hacia alturas a las que nunca antes había llegado, gracias a su inmensa capacidad y a la gigantesca inversión en mercadotecnia que sus patrocinadores le destinaron; el que fue recipiendario de casi todos y cada uno de los principales premios que por mérito deportivo se entregan año por año; el que se convirtió en el deportista mejor pagado del planeta, aún por arriba de estrellas inconmensurables como Michael Jordan o su homólogo Schumacher; el que rompió todos o casi todos los récords vigentes en el deporte; el que por años llevó una vida privada totalmente bajo control y perfectamente afín a sus intereses personales y los de sus patrocinadores; el que en cuestión de días acabó con todo lo arriba mencionado, por causa de un accidente automovilístico inoportuno y un pésimo manejo de relaciones públicas.

Ese Tiger que en la búsqueda de la perfección llevó a su cuerpo más allá de lo soportable, hasta resquebrajar sus rodillas y su talón de Aquiles, provocando varias ausencias que ya suman muchos meses, aunada a una baja de juego que se ha extendido más allá de lo que se podría imaginar, representa hoy una dolorosa ausencia para el golf internacional. Si bien el ascenso a los primeros sitios de jugadores europeos ha representado una noticia fresca y alentadora —sobre todo por ser algunos lo suficientemente jóvenes como para esperar de ellos mejores resultados a medida que vayan madurando—, resulta inevitable la comparación entre lo mejor de cada uno de ellos y lo mejor de Tiger Woods.

Si bien antes yo podía apostar a que el californiano podría regresar sin mayores problemas al primer lugar de la clasificación mundial, hoy resulta inevitable someter tal afirmación a puntos suspensivos o, inclusive, a un signo de interrogación de buen tamaño. A sus 36 años, si bien físicamente puede regresar en plenitud de facultades, también es cierto que músculos y huesos no se reponen con la misma facilidad que en el decenio anterior. Ahora bien, cada vez son más numerosos los ejemplos de jugadores que alcanzan su más alto nivel después de los 40 años, por lo que es de esperarse que si llegase a recuperarse totalmente, es factible que vuelva al sitio en el que tanto nos acostumbramos a verlo.

Podría ser una larga respuesta la de este cuestionamiento, pero es seguro que comenzaremos a escucharla a partir de este jueves, cuando inicie el WGC-Bridgestone invitational, uno de los cuatro torneos que forman los campeonatos mundiales de golf, y evento que Woods ha ganado en siete ocasiones. Tendremos que analizar por una parte sus cualidades físicas y corroborar si está totalmente recuperado y, por la otra, si su nivel de juego muestra el potencial de antaño… solo eso, el potencial.

La segunda parte de esa respuesta llegará a la siguiente semana, con motivo del cuarto grande del año, el PGA Championship, al que asistirá este jugador que lo ha ganado en cuatro ocasiones (1999, 2000, 2006 y 2007). Tratándose de un evento de grand slam, el reto será, sin duda, una prueba de fuego para analizar sus actuales condiciones.

Esperemos pues, por el bien del golf, que Tiger Woods esté totalmente recuperado y que tanto él como nosotros, dejemos atrás la denigrante historia que lo separó de su familia, así como de muchos aficionados y patrocinadores, que dicho sea de paso, no ha podido ni podrá arrancar jamás sus páginas de gloria como deportista.

Él merece otra oportunidad.

fdebuen@par7.mx